FLATU



Hoy os quiero presentar a un chico simpático, formal y normal, bueno lo de chico lo dejaremos aparte, pues ya tiene bastantes años, y lo de normal… lo de normal se podría decir que es casi cierto pero no. Y es que  Flatu, tiene un ligerillo problema. A saber, Flatu, cuando se pone nervioso se infla, bueno él no, su intestino. Su intestino se infla y su esfínter se relaja. He de decir en su descargo que solo es una vez. Sí, se infla y se desinfla una vez, pero… ¡qué vez! Vosotros diréis que soy un exagerado, que a quién no le pasa eso… en alguna ocasión. Pero es que a Flatu, le pasa siempre. Se pone nervioso y plas… ventosidad, y os puedo asegurar que no es normal, la ventosidad me refiero. Con deciros que han sido tema de estudio por parte de algunos científicos interesados. Que digo yo… que vaya tema para interesarse.

El caso es que, el problema de Flatu, de bebé, pasó casi inadvertido. Supongo que porque era su madre la que los aguantaba, y claro, ya se sabe cómo es el amor de madre, y porque a esa edad tampoco se pone uno nervioso demasiadas veces.

El problemilla comenzó a dar que hablar, cuando el muchacho se incorporó a la escuela. Dicen las malas lenguas y buenos olfatos, que cada vez que le tocaba hacer la asamblea, su profe de infantil abría la ventana, se llevaba al resto de la clase al rincón más alejado del aula y decía: “venga Flatu que te toca pasar lista”. Bueno, como es lógico, la seño lo llamaba por su nombre.  

Los primeros cursos de primaria, tampoco fueron muy problemáticos, una vez que los profes sabían lo que le pasaba, procuraban no preguntarle y así no se ponía nervioso. Fue peor cuando él y sus compañeros fueron creciendo. Él porque tenía más volumen intestinal, y sus compañeros porque… ya sabemos lo puñeteros que se vuelven los chavales a esta edad. Que se aburrían en clase: “profe, profe que Flatu no ha hecho los deberes”. Que tocaba preguntar la lección: “profe, profe que salga Flatu a la pizarra”. Que había control, pues bastaba con que alguno dijera nada más darle la hoja: “¡Qué difícil es el examen! Daba igual que el pobre Flatu llevara la tarea hecha, que se supiera el tema, o que el examen estuviera “chupao”, se ponía nervioso, y allí no había quien aguantara, ¡todos al pasillo!

La época de la Universidad fue distinta. En el aspecto académico, casi no hubo problema, ya se sabe, los chavales han crecido, cada uno va a lo suyo, las clases consisten en tomar apuntes y poco más, y los exámenes… bueno los exámenes iban bien, siempre y cuando Flatu no se pusiera nervioso. En aquel momento, el problema surgía cuando salían en grupo, y alguna chica le hacía “tilín” al muchacho en cuestión ¿Cómo acercarse? ¿Cómo hablar con ella?  Sí sabía que aquello llevaría a un desastre irremediable.

No penséis que el pobre no intentaba poner remedio a su problema. Recuerdo una vez, que pidió cita en un especialista en trastornos intestinales. El mejor que encontró en internet. El día de la cita, se lo pasó tomando tila, por lo de evitar el nerviosismo. ¡Se pasó!,  se pasó tanto, que estando en la sala de espera tuvo que ir al servicio. Tan relajado iba, que se sentó en el váter, y se quedó dormido. Debieron de llamarlo varias veces, pero él debía de roncar como un cochino, nunca mejor dicho, pues me lo imagino durmiendo con los pantalones bajados. El caso es que durmió tanto y tan bien. que estuvo durmiendo más de cinco horas, con decir que tenía cita en horario de mañana, y cuando salió del aseo era por la tarde. Y por supuesto, se le había pasado el efecto de la tila. Él que sale del aseo, mira el reloj de pared que había en la sala de espera, ve la hora, se pone nervioso y… ¡puffff! Dice que antes de doblar la esquina, miró y vio al doctor, a la enfermera, a la recepcionista y a todos los pacientes, rojos como tomates y dándose aire con las manos en la puerta de la clínica.

He de decir que hubo una ocasión, en la que parecía haber superado el problema y haber encontrado a su media naranja. La chica, ahora no recuerdo su nombre, era bastante maja; alegre, guapa, alta… vamos que nos extrañó mucho que saliera con nuestro amigo, hasta que descubrimos que también tenía un defecto, bueno dos. El primer defecto lo tenía en el olfato, sufría de anosmia, o sea, no olía nada de nada. De ahí que no sufriera los episodios de nerviosismo del Flatu. El segundo, suponemos que era consecuencia del primero, era que no solía usar el jabón. ¡Vamos! Que ahora no teníamos un amigo con problemas pestiles, si no, dos. Poco a poco, disimulando, nos fuimos alejando de la pareja, y aquello debió de mosquear a nuestro amigo, pues un buen día se acercó a nosotros y con una gran felicidad en el rostro nos dijo: “he cortado con mi pareja”, y añadió “creo que ya os hago yo sufrir bastante”. Los nervios, por la alegría, le debieron jugar una mala pasada, pues salió corriendo a la calle, y nosotros detrás, pues dentro no había quien aguantara.

Os diré, que con el tiempo, la cosa ha ido mejorando, o tal vez nos hayamos acostumbrado. Por un lado, aquí en la residencia de ancianos, a todos se nos van aflojando las fuerzas y el olfato, lo que hace más comprensible su problema. Y por otro lado, creo que Flatu, también ha madurado con los años, y se le ve más sosegado, más tranquilo... eso siempre y cuando no sea Manu, el enfermero que esté de guardia, que no es malo, pero sí un poco brutote poniendo las inyecciones, lo que hace que Flatu se ponga de los nervios.

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