EL REGRESO

Calle de Albarracín

 

Recordaba, a pesar de los años transcurridos, cuando bajó aquellos escalones por última vez, con el miedo y la angustia de no resistirse a mirar atrás y verla en la puerta. Con el temor de no ser capaz de seguir avanzando y alejarse definitivamente. Ahora sus dudas eran si podrá, si será capaz de abrir aquella puerta y entrar. Si va a poder situarse frente a ella, sabe que él ya no será un problema, pero va a poder soportar los reproches de ella.

Vuelve ligeramente la cabeza para observar el camino dejado atrás, y gira la manilla de la puerta.  Nada ha cambiado en el interior, incluso aquellos olores familiares de su infancia siguen presentes, y un escalofrío recorre su espalda. Sin detenerse, se dirige hacia el fondo del largo pasillo, sabe que ella estará en la cocina, y allí la ha encontrado.

—¡Madre!

Se ha vuelto sobresaltada. Un mandil raído y mojado cubre gran parte de su cuerpo delgado. Su pelo largo de un negro intenso se ve ahora recogido en un moño grisáceo. Con manos temblorosas se ha deshecho del mandil, mientras se acerca, pero él la ha frenado con las manos. Las lágrimas que llenan los ojos de su madre comienzan a resbalar por las arrugas que surcan su rostro.

—¿Por qué no viniste antes? Llevo tanto tiempo esperándote, sufriendo, sin saber dónde estabas, si seguías…­— no ha terminado la frase.

Aquel día, cuando abrí la puerta y le oí vocear, supe lo que estaba pasando, iba a subir directamente a mi habitación, pero escuché tu golpe contra el suelo. Eso me hizo cambiar de idea. Sí, ya eran demasiadas veces calladas, mirando a otro lado. Yo ya era mayor, y no podía consentirlo. Pero cuando vi cómo te ponías entre los dos, supe que siempre le defenderías, a pesar de las humillaciones y los golpes.

—Has venido a reprochármelo.

—Tal vez.

No he podido seguir mirándola y ella, temblorosa, se ha sentado en la mesa y se ha secado las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Crees que le defendía a él? Te equivocas. Cuando entraste por esa puerta lo vi en tus ojos. Lo hubieras golpeado hasta matarlo. ¿Y en qué te habrías convertido? En un asesino, en un maltratador como él. No hijo, no. Me coloqué delante para que tú no cometieras ese error.

 

En la pequeña cocina, madre e hijo se abrazan, deseando que las lágrimas borren los reproches de ambos.