Entonces, llegué a aquel cruce… y
surgió la duda. Un camino a la derecha y otro a la izquierda. Al frente
naturaleza, solo naturaleza. A la espalda… ¡no! Esa opción estaba, como he
dicho, descartada. ¡Siempre adelante!
Los tres
ramales, el que había caminado, y los dos que tenían como elección, eran
bastante nuevos. Quizás por eso no tenían ninguna señal que indicara hacia
dónde se dirigían.
Me lo jugaría
al azar. Y el azar consistiría en esperar a que pasara el primer vehículo y
caminar en la misma dirección.
Las primeras
horas las pasé apoyado en un árbol descansando. No había por qué preocuparse,
por una carretera, tarde o temprano, siempre pasa alguien. Así que no
desesperé. Ni siquiera cuando el sol comenzó a descender hacía el horizonte.
Simplemente pensé: chaval, ve haciéndote
a la idea de cómo pasar la noche, porque este va a
ser el lugar donde dormirás hoy.
Y así fue. Esa
noche, y la siguiente, y la siguiente. Podría haber cambiado de idea. Estuve
tentado, sacar una de las pocas monedas que llevaba encima, y echarlo a cara o
cruz. No, para alguien como yo, indeciso, dubitativo, resultaba más cómodo
esperar, y así lo hice.
Poco a poco fui
creándome un lugar. Comencé con cuatro ramas sobre la cabeza y un colchón de
hojas, y terminé bajo una choza bastante aceptable para ser un caminante que
había dormido, acurrucado, en cualquier rincón del camino.
Quizás me había
acomodado de más, pues un día, me di cuenta de que la lluvia, la nieve, el calor
intenso, me habían acompañado en numerosas ocasiones. Que el color oscuro del
asfalto, había perdido intensidad, que las raíces de los árboles, las hierbas
lo habían hecho mucho antes, estaban invadiendo los arcenes, y yo seguía allí.
Eso me llevó a pensar que era hora de hacer algo. Después de varios días
estudiando las opciones, y con la premisa de no volver atrás, lo tuve claro.
Iría en ambas direcciones. Sí, primero hacia la izquierda, luego hacia la
derecha, el mismo número de pasos, o de horas, o lo que pudiera caminar durante
un día entero. Y así lo hice. Comencé con la salida del sol, ¿hacia dónde? Eso
es indiferente, ¡la mochila a la espalda y
a caminar! Y llegué, llegué a ningún sitio. Bueno llegué a lo alto de un
cambio de rasante y a lo lejos creí ver vehículos junto a la carretera. Fui
recortando distancia hasta que la vista me permitió distinguir que aquellos
vehículos, maquinaria pesada, pesada y abandonada. ¡La carretera acababa allí!
Aquella fue una
pequeña desilusión. Y bien visto, un alivio. Ya solo tenía una opción para
continuar mi camino. Regresé, a mi campamento, mejor debería decir a la que
había sido mi casa durante tanto tiempo. Recordé los buenos y malos momentos
que había pasado allí. Y me fui pronto a descansar. Al día siguiente ya no
sería un paseo de ojeo. Sería la continuación de aquel viaje que había
comenzado hacia una eternidad, y que me había tenido retenido otra.
Sí, he dicho
sería. He dicho sería, pero no fue. No fue porque después de caminar durante
media mañana llegué, tras una pronunciada curva que impedía ver lo que había
más allá, a otro final de carretera. Maquinaria
herrumbrosa y casetas de obras destartaladas. Dentro, alguna vieja manta y
cascos de protección que ahora uso de maceteros, y un viejo y amarillento
calendario que a pesar de no estar completo, me recuerda que llevo en este
maldito cruce más de cinco años, solo porque un día decidí ir, ¡siempre hacia
adelante!