CHAPUCILLAS

Hace tiempo que los últimos libros que compraba los tenía uno encima del otro, así que este verano decidí hacer una estantería a medida. Aquí tenéis el resultado.

 
Ahora como podréis apreciar  necesitaré comprar más libros para llenarla. Vamos el cuento de nunca acabar.

Y para no tirar los retales de madera, pues... este cogedor imitación a los que usaban nuestras abuelas.





EL ATRAPADOR DE PAISAJES

Era una persona especial. De esas que dedican su tiempo, su vida… a una tarea que nadie más lo hace. Todos hemos capturado alguna vez un paisaje en un momento determinado, con una luz diferente que hace esa imagen especial. Pues bien, esa era la meta del ATRAPADOR DE PAISAJES. Nadie era capaz de hacerlo igual.

No creáis que tenía para ello una máquina sofisticada, tuvo varias, pero ninguna destacó por ser el último modelo, ni la mejor en su marca. Era él, el que tenía esa magia innata para capturar la imagen, en el momento adecuado y con la luz y el ambiente preciso.
Cuando alguien iba de visita a su casa, podía descubrir en sus paredes los más bellos lugares del planeta. Cuando hablaban de un viaje que habían realizado, él sacaba su álbum de paisajes y buscaba los que había hecho en ese lugar. Los visitantes quedaban asombrados, aquellas imágenes eran tan especiales, que les hacían volver a recordar con toda nitidez su estancia en ellos.

Pero, si alguna de las personas hablaba de un sitio donde él no había estado todavía,  inmediatamente buscaba su agenda y lo anotaba como un destino próximo. Si ese lugar desconocido había suscitado la curiosidad en sus amigos, además lo marcaba con un número que indicaba la prioridad con la que haría su viaje.

Todo comenzó al poco de venir de su luna de miel. Habían estado en…, nunca consigo recordarlo, bueno no tiene importancia. Aquel día su mujer, una muchacha encantadora y bella, se había ido a trabajar. Y él, se puso a colocar las fotos que habían ido tomando a lo largo del viaje. Comenzó por ordenarlas cronológicamente según la ruta que habían seguido, y después inició la tarea de colocarlas en el álbum. Todo iba bien, las primeras hojas iban completándose de manera casi automática. Pero de pronto, su vista se quedó fija en las dos instantáneas siguientes... algo lo desconcertó. Ambas eran iguales, pero diferentes. Mientras que en la primera, su esposa con su naturalidad y su belleza, anulaba el paisaje del fondo. La segunda, donde su esposa no aparecía, era de una belleza impresionante. Para cualquier amante de la naturaleza, aquel paisaje era inigualable. Sintió que había conseguido captar toda la esencia, el momento, la luz, todo lo que una imagen debe poseer. Pero no era la foto, era el lugar. Supo en ese mismo instante que hay lugares que merecen ser recogidos en una instantánea. Fijados para siempre por un objetivo. Y él podía hacerlo, quería hacerlo. Decidió que a partir de ese momento dedicaría su vida a viajar y recoger con su cámara esos paisajes de ensueño.

Cruzó desiertos de arena infinita y calor extremo, y con su cámara atrapó, oasis y horizontes de dunas haciéndolos eternos. Subió las montañas más elevadas sin ser montañero, para atrapar los inmaculados blancos de hielos y nieves. Miles de verdes, suaves e intensos, quedaron en sus imágenes impresos. De cada país, en su colección, encontrarás un lago, un río, tal vez un mercado o un monumento. Del norte y del sur, los hielos eternos, inmensos y luminosos. Y para captar el fondo del océano completo, con sus peces de colores, reflejos, naufragios y abismos siniestros, pasó horas bajo el agua, inmerso. Así era, el atrapador de paisajes.

Ahora, ya no viaja. Hace ya tiempo me contó, que un día de verano entre un viaje y el siguiente, al despertar, descubrió a su mujer desnuda sobre las sábanas, y se quedó contemplando aquel paisaje desnudo y bello, de piel sensual y morena. Y descubrió, montes y valles, lugares maravillosos con ojos nuevos. Intentó inseguro, acariciar el horizonte que dibujaba aquel cuerpo. Su mujer despertó. Él le dijo, tu cuerpo es el paisaje más bonito que he visto nunca. Ella lo miro triste, en sus ojos apuntando unas lágrimas. Sí, debe ser cierto, pues a pesar de haberte querido siempre, tú estabas lejos y yo era joven. Mi cuerpo necesitaba de miradas, caricias, sexo... y te puedo asegurar que la mayoría de los hombres y mujeres que pasaron por este lecho, antes o después de hacer el amor conmigo, también lo dijeron. Ella se fue a la ducha y él se quedó llorando amargamente. Al regresar, ella sujetó su cara, y le dijo: no llores mi amor, te quise y te seguiré queriendo. Luego, antes de marcharse, secó las lágrimas y le dio un beso.


La última vez que lo vi, hace tiempo que no sé nada de ellos, me contó que ahora, cada vez que ve a su mujer tendida en el lecho, su cuerpo desnudo a penas cubierto por las sábanas, él llora amargamente.