MIS TEXTOS




¡Guau, guau! No había duda aquel sonido era del coche de mi dueño. Yo lo sabía, y al escucharlo siempre corría hasta la ventana, me apoyaba en el alfeizar, con mis orejas tiesas, y esperaba para ver aparecer el vehículo por la curva.

Sabía que cuando viniera, tendría mi premio, saldríamos a pasear, yo podría desahogarme, en todos los sentidos, y luego al volver me prepararía mi buen platillo de alimento. Así que estaba ansioso por ver girar el coche. Además, según mi dueño se bajaba del mismo, yo ya sabía si había tenido un buen día en el trabajo, o por si lo contrario, vendría de mal humor, cansado y con pocas ganas de salir. Aunque mis necesidades fisiológicas siempre le obligaban a sacarme, al menos cinco minutos, cada día.

Ambos teníamos una vida feliz en pareja, el como dueño y yo como mascota. Nos hacíamos compañía durante aquellos momentos en los que el estaba en casa. Jugábamos en los ratos de ocio los fines de semana y disfrutabamos de los paseos diarios, sobretodo yo. Que bien lo pasaba cuando paraba para hacer mi pis, y alguien se acercaba.

- ¡Chisssm Ahora no! Ahora nooooo.-susurraba.

Y yo, venga a levantar la pata. Se ponía rojo como un tomate. O cuando nesesidades quedaban en mitad de la acera, mis necesidades sólidas claro. ¡Qué cara ponía! Para grabarlo.

Recuerdo cuando salió la moda de recogerlas. El siempre me llevaba deprisa al pipican para no tenerlo que hacer. Pero claro, siempre hay una primera vez.

- ¡Aquí no! Por favor, aquí no. -me suplicaba.

Pero yo ya había visto a mis colegas hacerlo en mitad de la acera, y a los suyos recogerlo. Admito que la primera vez que los vi hacer, lo de recogerlo, también me dio asco. Pero claro, era él, el que lo sufriría, yo me iba a quedar tan a gusto.

- ¡Aquí no! Por favor, aquí noooo. -me suplicó.

Pero yo ya había decidido que no tenía ganas de correr con el culo apreta, por que él fuera un remilgao.

Solo dije: guau, guau. Y paré en seco, en mitad de acera, un sábado por la tarde, cuando más gente había en la calle.

Aparentaba estar normal, pero yo podía oler su sudor, y hasta sus maldiciones, aunque solo las pensara. Su cara más verde que mis deposiciones. Yo pensé que tendría que recoger hasta su vómito, pero al final se portó como un hombre, y dejó el lugar más curioso que estaba. Es lo que tiene ser un chaval cívico.

Yo lo pasé también que volví a hacerlo a los pocos metros otra vez. Me dijo de todo menos bonito. Yo creia que me iba a quedar en la calle y no volvería a casa con él.

A veces hasta ligabamos, yo por supuesto más que él. Hubo un tiempo que hasta salíamos "de caza". Y más de una vez tuve que dejar de lado alguna que otra perrita, porque su dueña era una "perra" que sólo quería cazar a mi dueño. Claro que en esas ocasiones luego estaba dos días enfadado sin hablarme. El muy tonto no sabía de la que le había librado.
Pero un buen día todo cambió. Recuerdo que era sábado por la tarde y estabamos los dos sentados en el sofa, , mejor dicho, tumbados como perros. La tele puesta y una película, no recuerdo cual, pero debía ser mala, pues a mitad, los dos nos quedamos dormidos.

No sé cuanto dormimos, pero yo me desperté con un ladrido en la pantalla. Rápidamente, el sueño desapareció. Unos caniches saltaban, bailaban y hacían piruetas en un escenario lleno de color. ¿Qué hacían? ¿Dónde estaban? ¿Cómo se llamaba aquello? En mi cerebro de perro, a veces es más productivo que el de algunos humanos, se agolpaban mil preguntas, que yo queria que recibieran respuesta inmediatamente. La actuación de los caniches no duró mucho, después comenzaron a actuar personas y otros tipos animales. Pero yo ya había visto suficiente quería conocer aquello.

Abandoné el sofa y…

¡Guau, guau! Comenzé a salar y a andar sobre dos patas.

¿Qué haces? - preguntó él, a medias de despertar, y añadió -Pareces un perro de circo.

¡Pam! Mis orejas se pusieron tiesas como velas. ¡Ya lo tenia! Véis, como a veces nuestro cerebro de perro es más rápido que el de nuestros dueños. El circo, aquellos caniches eran de un circo.

Yo seguí saltando, hasta que él, a pesar de estar cansado y sin ganas de salir, dijo: 

- Anda vamos a pasear, que te tranquilices.

Eso era lo que yo queria. Tenía que llegar al circo. Así que cada vez que veía un cartel igual que el que había visto en la tele, me quedaba parado mirándolo. Hasta que la correa ya no daba más de sí, y tenía que seguir caminando. Al final mi dueño comprendió lo que quería.

- ¡Vale! Ya lo he pillado, iremos al circo- dijo al fin.

Y yo como loco, comenzé a dar vueltas sobre mí mismo. Algo que nunca he entendido bien porque hacemos, por qué… lo de morderse la cola es de pescadillas ¿No?

En fin, que conseguí ir al circo. Pudimos entrar a ver la última función. No sin antes discutir primero un buen rato con el portero, que decía que no podían entrar animales. Será bruto, ¿y los que actuaban? Claro que después de pagar dos entradas, una para el de dos patas y otra para mí, todo se solucionó. ¡Sorprendente! Nada que ver con la tele. Aquello era otro mundo, otra forma de ver la vida y… por supuesto otra forma de vivirla. Los perrillos después de su actuación, podían hacer lo que quisieran dentro del recinto que el circo tenía acotado para ellos entre los carromatos, jugaban entre ellos o ganduleaban tumbados en un rincón, y cada uno tenía su propia casita, con el nombre sobre la puerta. Además, como descubrí más tarde viajaban de pueblo en pueblo, visitaban las grandes ciudades y hasta llegaban a ir a otros paises.

Después de un buen rato conociendo el mundo del circo, mi dueño y yo volvimos a casa, pero para mí, todo había cambiado. Tenía que escaparme, mi vida ya no tenía sentido si no era junto a aquellos perrillos artistas.


Pasé toda la noche planeando como escapar, no era la primera vez que lo hacía para dar una vueltecita por el barrio. Mi dueño era muy despistado y algunas vees dejaba las llaves del coche en cualquier lugar. Sólo tuve que cambiarlas de lugar y esperar hasta el día siguiente.

- ¡Adios Guau! Me voy a trabajar- dijo como todos los días, antes de salir por la puerta.

Yo me hice el dormido, pero nada más oir que la puerta se cerraba, me levanté y me situé en el lugar adecuado. Efectivamente, al llegar al coche, comenzó a buscar en los bolsillos, pero no encontró las llaves, así que como otras veces, los humanos son muy predecibles, volvió sobre sus pasos y… como yo sabía dejo la puerta totalmente abierta. Ese fue el momento que yo aproveche para salir como un gato perseguido por un perro. Supongo que el no se dio cuenta hasta que no volvió después del trabajo. Y espero que no lo pasara muy mal, era mi dueño y lo quería, bueno aún lo quiero.

De eso hace ya cinco años, cinco años en los que he sido muy feliz, al principio me costó un poco acostumbrarme, pero ahora soy un perro de circo. Viajo mucho, tengo un montón de amigos y… por que no decirlo, también de hijos, algunos ya están aprendiendo el oficio. Y por supuesto hago lo que más me gusta: saltar, andar a dos patas, bailar…


¡Ah! y lo más importante, nunca llevo correa.


  
PRIMERA NOCHE
            Un zumbido le hizo darse la vuelta en la cama, su cuerpo y su mente no terminaban de coordinarse. Tanteando y sin abrir los ojos consiguió alcanzar el despertador. El zumbido desapareció. Esperó unos segundos hasta que se acostrumbró a la poca luz que todavía entraba por las ventana, y decidió levantarse.
            Tambaleándose y con mal sabor de boca consiguió levantarse para ir al servicio. La botella vacia rodó por el suelo, recordó haberse echado sobre la cama con la sensación desagradable de no poder dormir, y aquella maldita pesadilla rondándole en la mente, y optó por coger la botella de whisky. Recordaba como vaso a vaso y trago a trago, consiguió vaciarla hasta que el alcohol lo dejó rendido. Ahora pagaría el exceso durante toda la mañana.
            Al salir del servicio ya era día, a lo lejos un gran punto luminoso iniciaba su ascenso por entre los bloques de edificios. El Sol reflejado decenas de veces en las enormes fachadas acristaladas de los rascacielos, creaba una bonita imagen.
            Decidido se sentó en el escritorio, delante del ordenador y comenzó a teclear lentamente:
            "Llevo varias noches maldurmiendo, y me temo que las pesadillas estén relacionadas, por ello he pensado ir escribiendo una especie de diario. Voy a comenzar con lo que recuerdo de la pasada noche".
Diario:  primera página
            Empapado y con desazón me he despertado en mitad de la noche. La sensación desagradable de tener las manos húmedas y un olor dulzón a sangre en el ambiente, me han provocado un escalofrío y me he puesto a temblar. Sólo al encender la luz, he comprobado que estas sensaciones no eran reales. Mis manos estaban límpias y secas, a pesar de que mi cuerpo estaba empapado. La habitación estaba en orden y sólo los ruidos habituales de cualquier noche rompían el silencio.
            Durante un buen rato he intentado recordar, qué había producido este malestar, pero me ha sido imposible recordar nada. A pesar de ello no he conseguido recobrar la tranquilidad y he decidido tomar un wisky.
. . . . . . .
SEGUNDA NOCHE
            Abrió los ojos, todavía era noche cerrada, y  maldijo aquel sueño recurrente. Terminaría volviéndose loco. Asqueado fue al servicio, no podía soportar aquella sensación en las manos,  a pesar de tenerlas limpias, se las frotó con ansia. Al volver a la habitación se quedó paralizado ante el rectángulo luminoso que la luna creaba en la moqueta. No entendía como sobre una moqueta oscura se podía crear un rectángulo casi blanco.  Entonces ante sus ojos fue dibujándose una mancha oscura, rojiza. Apretó los parpados intentando que desapareciera, pero su olfato también comenzó a traicionarle con aquel olor a sangre. Sabía que todo era fruto de su imaginación, pero una fuerte naúsea se fue apoderando de su cuerpo, con la mano en la boca y aguantando las arcadas logró llegar a tiempo de vomitar en la taza, durante un buen rato permaneció pegado a la misma, hasta que logró reponerse. Después de lavarse bien la cara y quitarse el mal sabor de la boca, se sentó delante del ordenador, seguidamente comenzó a teclear.
Diario:  segunda página
            Son las 4 de la madrugada y he vuelto a despertarme con una pesadilla. Se que siguen perturbando mis sueños a diario, pero al despertar no consiguía recordar nada. Sin embargo hoy las imágenes permanecían nítidas en mi mente. Mis manos estaban ensangretadas y el olor a sangre era tan fuerte, que incluso después de lavármelas han seguido perturbando mis sentidos. En cuanto a la mancha que se ha ido formando ante mí en el suelo del salón, no hay ninguna duda era una mancha de sangre.
            No tengo ninguna explicación lógica para lo que me está ocurriendo, sólo sé que de seguir así terminaré volviéndome loco.
. . . . . . .
TERCERA NOCHE
Diario:  tercera página
            Después de pasar varias noches tranquilo, he vuelto a despertarme en mitad de la noche. La misma sensación de agobio, el mismo olor a sangre y una imagen clara,  como una fotografia, que todavía permanece nítida en mi recuerdo. El lugar parece un callejón, algo de basura en el suelo y muy poca luz. En primer plano mis manos ensangrentadas, en el fondo de la imagen un cuerpo tendido en el suelo. Solo se distinguen los zapatos y parte de las piernas, el resto se funde con la oscuridad del ambiente.
. . . . . . .
CUARTA NOCHE
Diario:  cuarta página
            Llevo varias noche en las que la pesadilla no tiene variaciones, o al menos yo no las recuerdo al despertar. Es como si mi mente rebobinara cada noche y comenzara a pasar otra vez, noche tras noche el mismo sueño, Un cuerpo tendido en el suelo, en algún lugar oscuro.
            Procuro ver todos los boletines informativos en las diferentes cadenas por si fuera un suceso real. Se que es absurdo, prácticamente  se repiten las mismas noticias  en unas y otras, pero yo sigo haciéndolo. También pierdo toda la tarde en mirar la prensa escrita en la biblioteca e incluso busco noticias que puedan estar relacionadas en internet. Por supuesto que encuentro crímenes, pero ninguno que pueda relacionar, ni por el lugar ni por las imágenes que aparecen de los mismos. No se que hacer, creo que me estoy obsesionado.
. . . . . . .
QUINTA NOCHE
            Llevaba un buen rato dando vueltas en la cama y decidió salir de ella. y se dirigió al salón,  sabía que ahora ya no podría dormir. Derrotado se sentó en el sillón a contemplar aquel cielo limpio, en el que la luna llena destacaba sobre el negro del firmamento. Así, con la mirada perdida en la oscuridad del espacio, comenzó a buscar en lo más recóndito de su mente. Qué podía significar aquella pesadilla, cuándo había vivido aquella experiencia,  dónde podía haber visto aquella imagen que ahora se encontraba grabada en su subconsciente, y volvía una y otra vez a romper su descanso. Recordó aquel sueño, que sin ser el primero, sí que había grabado su niñez, cuando conseguía el juguete que sus padres no le habían podido comprar. Aquel otro en el que, siendo un chaval, golpeaba en la nariz al matón de la clase, y desde ese día no volvía a molestarlo.
            Cerró los ojos y decidió abandonar aquella búsqueda inútil. Así transcurrió un buen rato. Al abrir los ojos de nuevo, una lechosa claridad comenzaba a deshacer el negro de la noche. Estaba amaneciendo. Vencido se levantó, quitó la alarma del despertador y decidió ducharse antes de ir a trabajar. Al salir del baño encendió el ordenador para que fuera iniciándose mientras se vestía. Al terminar tecleó:
Diario: quinta  página
            Busco y rebusco a lo largo de toda mi existencia, recordando sueños y realidades, pero no logro encontrar el sitio donde encaja este maldito sueño. Sólo sé que he pasado otra noche sin dormir. ¿Cuántas van? ¿Cuántas seguirían? ¡Sé que este maldito sueño volvería!
. . . . . . .
SEXTA NOCHE
            Un grito de dolor lo despertó, la habitación estaba en absoluto silencio, solo se escuchaba su corazón latiendo fuera de control. Fuera la ciudad dormía y solo algunas ventanas aparecían iluminadas. Comprendió que su propia angustia lo había hecho gritar.        Empapado en sudor y encogido sobre la cama, comenzó a recordar la pesadilla, otra vez la pesadilla.  Al cabo de unos instantes y con un ligero temblor en las piernas, se dirigió al ordenador.
Diario: sexta página
            Hoy me he despertado gritando. Recuerdo, como en el sueño mis manos manchadas de sangre sujetaban una navaja también ensangrentada. El lugar era el mismo de siempre, oscuro y sucio. Un hombre yacía desangrándose a mis pies, pero su rostro seguía  fuera de la zona iluminada.
            Parece una locura, pero en el sueño todo parece indicar que he matado a un hombre. No lo comprendo, yo no soy violento. Tampoco tengo problemas con nadie. Por tanto, no hay ninguna explicación lógica para que mi inconsciente me atormente de manera continuada.
            ¡No lo entiendo! ¡No puedo quitarme la imagen de mis manos sujetando un arma!
. . . . . .
ÚLTIMA  NOCHE
            Ebrio de dolor se arrastró por el pasillo hasta lelgar al servicio, y apoyándose en los sanitarios consiguió ponerse en pie. Entró a la ducha y abrió el grifo. El ruido del agua le fue relajando. El horror que había dentro de su ser iba desapareciendo, al igual que el agua rojiza lo hacía por el sumidero de la ducha.
            Después de limpiarse a fondo y secarse, salió al dormitorio y se vistió con ropa cómoda.
            La luz de hibernación del ordenador parpadeaba. Recordó que no lo había apagado al marcharseTecleó la barra espaciadora y la pantalla se iluminó. En el escritorio tecleó sobre el documento DIARIO. Tomó asiento y comenzó a escribir:
Diario: última página
            Al principo el miedo, las dudas, todo me hacía temblar. Busqué desesperadamente desechar aquella idea de mi cabeza. Luego, poco a poco, noche tras noche, he ido asimilando y comprendiendo que este maldito sueño solo desaparecería haciéndolo realidad. Por ello en los últimos días me he dedicado a recomponerlo, pesadilla tras pesadilla. Como en un rompecabezas, he unido todas las imágenes, cual si fueran fotogramas de una película, hasta tener la secuencia completa.
            A partir de aquí, ha sido mucho más fácil. Buscar el lugar, el momento y… por qué no la víctima.
¡LO HE HECHO!
           

            No quiero justificarme, pero ahora sé que la maldita pesadilla ya no volverá a alterar mis sueños. 




Desperté de la más profunda oscuridad rodeado de negras sombras.
Imposible me fue moverme, y con horror, descubrí que yacía en mi lecho inerte…
Entonces comprendí que era espectador de mi propia muerte.

Así es como vi, decenas de gentes a mi sepelio acudir,
y dar el pésame a mis parientes.
Al cementerio llevarme,
y al foso bajarme.

Negras arañas, cientos de moscas y miles de gusanos,
de mi cuerpo comían,
y mis blancos huesos,
en mitad de la negrura relucían.

Sentí ruido de lluvia,
mas, solo la humedad y el moho,
inundaron mi encierro.

Frío como el mármol, al largo rato desperté,
y… temblando comprobé que todo sueño había sido.
Sosegueme, y de nuevo quedé dormido.

Dormido de nuevo los ojos abrí,
tendido bajo el celeste y sobre el verde frescor.

Vi el hocico del zorro,
la negra pluma del cuervo y…
el fuerte pico del buitre desgarrarme por fuera, hasta llegar a mis adentros.
Nubes de moscas y millones de gusanos limpiaron mi cuerpo.

Y… sentí el calor del sol y de la noche el fresco.
La lluvia de tanto en tanto, vino a ablandar mi lecho.
Un manto de verde hierba cubrió mis huesos,
florecillas de colores perfumaron mis restos.

El aroma trajo insectos,
los insectos, plumas,
y cual arroyo incansable la vida daba la vida y el sueño era interminable.

Por eso tengo pensado dejar en mi testamento,
que me lleven a mitad de un prado,
o a la cima de una montaña, y me dejen al descubierto.

Que mi vida, cree vida al aire limpio y fresco,
y no dentro de una tumba
donde todo sea frío y negro.




Levantó la vista con miedo a lo que pudiera ver, y al encontrarse con el reflejo, le vino a la mente aquel primer cuadro. Un enorme ojo encuadrado por una ceja y unas pestañas negras y espesas. Dentro del iris verdoso como la esmeralda, el negro de la noche, y en el centro mismo una silueta de mujer iluminada por la luz de la luna.
Entonces no le dio importancia, era sólo un bonito cuadro, que gustó mucho a sus amigos. Fue luego con el paso del tiempo, cuando se dio cuenta de que en cada cuadro, en algún lugar del mismo, terminaba apareciendo la silueta de una mujer. A veces con toda la claridad, como en ese primer cuadro, otras menos perceptible, pero siempre presente.
No recordaba desde cuando, pero si que poco a poco esa silueta se fue transformando en el motivo principal de sus pinturas. Ya no era una simple figura femenina, era una mujer concreta la que daba el alma a cada lienzo blanco, para transformarlo en un bonito cuadro.
Vino después el siguiente peldaño de la escalera. Aquellas mujeres anónimas, sensuales, diversas… se hicieron más personales, más suyas, llenaban algún hueco dentro  de él. De manera que cada cuadro era una pieza de su existencia, marcada por aquella dama de forma que si se eliminaba la mujer, el cuadro perdía toso su  significado para él.
Bajó la vista y vio como el agua se perdía por el orificio del lavabo. ¿Cuándo había dejado él abierto el grifo de su existencia? No lograba recordarlo, sólo sabía que aquella obsesión por reflejar su vida  a través de mujeres pintadas, lo llevó a buscar una en concreto, aquel día que alguien delante de una de sus pinturas, le preguntó quién era aquella mujer que aparecía en todos sus cuadros. De repente la exposición se quedó vacía para él, comenzó a observar una a una todas las imágenes colgadas en la pared. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo podía llevar años pintando a la misma mujer y no se había percatado hasta ahora?.
Aquella tarde se marchó de la exposición sin despedirse. Deambuló sin rumbo fijo durante horas. Buscaba aquel rostro, aquel cuerpo, el cabello o las manos que tantas veces, de forma inconsciente, sus pinceles habían ido dibujando, llenado de color, perfilando…
Aquella noche dio paso a días, semanas... pasó meses buscando sin descanso. Su búsqueda le había impedido realizar incluso lo que llevaba haciendo desde siempre. Ya no podía pintar aquella musa desconocida. Tenía que encontrarla ¿Dónde la había visto? ¿Quién era? No podía recordarlo, pero estaba ahí. No era fruto de su imaginación, había decenas de sus lienzos que lo confirmaban.
Aquella búsqueda sin fruto le llevó a una situación de tristeza, melancólico pasaba los días sin comer, sin dormir, asqueado de sí mismo. Hasta que una mañana decidió que si no podía encontrarla en la calle, al menos si podía plasmarla en sus obras como había hecho tantas veces. Se preparó delante de un lienzo en blanco y fue perfilando líneas, manchando y rellenando espacios, con pinceladas seguras, precisas… hasta que se encontró ante el mejor retrato de aquella mujer, a la que sin conocer, amaba hasta la locura. Orgulloso de sí mismo se disponía a firmar su obra maestra, cuando comenzó a experimentar una sensación rara, comenzó a temblar y un sudor frío recorrió todo su cuerpo. El pincel se le cayó de la mano.
Habían pasado tres mese desde que pintara aquel retrato. Volvió a mirarse en el espejo, y alargando la mano  dibujó sus rasgos reflejados. Luego con ambas manos recorrió su rostro, reconociendo con sus dedos temblorosos aquellos rasgos, los mismos que tantas veces había perfilado con los pinceles. Y su cuerpo sintió como se iban llenando lo pequeños rincones de su alma que hasta entonces habían permanecido vacíos. Su lucha interna había terminado. Satisfecha salió del aseo.
La habitación ya estaba recogida, a su mente vino una pregunta: ¿Por qué las habitaciones de los centros sanitarios se parecen tanto a un lienzo en blanco? Se acercó a la ventana, el sol radiante de primavera resaltaba todos los verdes del jardín, una sonrisa se dibujó en su rostro. Acababa de imaginar su próximo cuadro… A través de una ventana abierta se ve un bonito jardín, por el paseo central se aleja un hombre. 


1er PREMIO IV CONCURSO DE NARRATIVA CORTA "EL TALAYÓN"
MOTILLA DEL PALANCAR
 Abrió los ojos, empapado en sudor, su corazón galopaba dentro del pecho como queriendo salirse. Tardó un poco en reaccionar, su mente todavía estaba sumida en la profundidad de aquellas pesadillas que le habían asaltado momentos antes.

La escasa luz que entraba a través de la ventana, delimitaba en sombras los pocos muebles que había en la habitación. Sabía que todavía era noche cerrada, la altura de la luna, aunque medio escondida tras algunas nubes, así se lo indicaba. Tenía la boca reseca, se incorporó y cogiendo la botella que había sobre la mesita, dio un buen trago al coñac,  el licor le abrasó al pasar por su garganta.

Sin pensárselo más saltó, de la cama. Sintió el frío suelo en sus pies desnudos mientras se encaminaba hacia el aseo. Sin encender la luz, se colocó junto al lavabo, su imagen se recortaba en el tenue reflejo del espejo. Siguió sin dar la luz, quizás el miedo a verse reflejado le llevó a ello. Abrió el grifo y bebió agua, pues el coñac no había calmado su sed, luego comenzó a lavarse. El agua fresca le alivió, se secó las manos y por fin encendió la bombilla. Apenas se reconocía en el rostro que veía frente a él. Intentó descubrirse en aquel reflejo, pero ya nada le recordaba a la imagen que conocía de sí mismo. Pasó las manos por el cabello, demasiado largo para poder arreglarlo, siguió despeinado. Instintivamente bajó la cabeza hasta sumergirla en el agua que había retenida en le lavabo. Ahora ya no se preocupó por secarse, salió del servicio y comenzó a caminar por la habitación, que ahora quedaba dividida en dos partes por el haz de luz que salía del cuarto de baño. En el suelo las gotas de agua que caían de su pelo, brillaban como diminutas estrellas formando un camino luminoso.

            Después de un rato deambulando por la habitación, se sentó en el lateral de la cama y encendió un cigarrillo. El humo caliente le resecó la garganta. Cada vez que aspiraba a través de la boquilla, el ascua hacía visible el humo que ascendía difuminándose poco a poco y creando fantasmas ante sus ojos. De pronto la ceniza se desprendió y le cayó sobre el pie, se dio cuenta que seguía descalzo, dejó el cigarrillo sobre la mesita. El mármol manchado, indicaba que no era la primera vez que el cigarro terminaba consumiéndose en aquel lugar.

            Vio la ropa sobre los pies de la cama y sin pensárselo dos veces comenzó a vestirse. Instantes después dejaba la habitación, la luna ya había salido de detrás de las nubes e iluminaba la parte baja de la casa. Comenzó a descender tan rápido como pudo, sin apenas detenerse, pero aún así, vio las manchas que habían quedado al retirar los cuadros que antes decoraban la pared de la escalera. Al cruzar el salón, notó que la chimenea todavía desprendía un suave calor, lo que le indicó que no había estado mucho tiempo tumbado en la cama.

            Al salir al pasillo la oscuridad le envolvió de nuevo, pero sin importarle llegó hasta la puerta, al abrirla el frío de la noche le hizo detenerse en seco, volvió sobre sus pasos y cogió un abrigo del perchero.

            Caminaba como un autómata, sin mirar hacia ningún lado en concreto, sabía perfectamente donde dirigir sus pasos. Las farolas apenas iluminaban, dejando gran parte de la calle en penumbra. Conforme se acercaba o alejaba a ellas, su sombra se alargaba, se encogía o desaparecía por antojo de la luz. El rumor del agua, que discurría lentamente por el cauce del río, se oía cada vez más fuerte. Al cruzar al puente, las aguas eran una gran mancha oscura, donde el reflejo de la luna se rompía en mil pedazos.

Al doblar la esquina paró y agudizó el oído, le pareció oír pasos cerca. Pronto comprendió que había sido el eco de sus propias pisadas.

            Al cabo de unos minutos pasaba por las últimas casas del pueblo, la calle daba paso al camino, que suavemente subía serpenteando entre las hormas de piedra que delimitaban los pequeños bancales. No lejos de allí, se oían ladridos de perros. Sabía que poco a poco se irían apagando, hasta desaparecer en el silencio de la noche.

            Miró de nuevo al cielo, ahora la luna, en lo más alto, iluminaba los campos con una luz lechosa. Llegó a lo más alto del terreno, y vio como el camino, bordeado de los oscuros y elevados cipreses, acababa en el centro de la línea blanca que formaba la tapia del cementerio, justo delante de la puerta.

            A la mitad del trayecto se separó del camino, dirigiéndose hacia la derecha, donde la propia pared llenaba de sombras los alrededores. Al llegar al punto elegido, miró con preocupación, pero rápidamente encontró lo que buscaba. Justo en el pequeño declive del terreno, cubierta  por la hierba, vio la rama de almendro. La apoyó sobre la tapia y como si fuera un felino alcanzó la parte alta del muro.

            Miró a su alrededor instintivamente, pues sabía que nadie le observaba, y con un rápido movimiento del pie, volvió a dejar escondida la rama. Desde lo alto, el interior, semejaba una gran ciudad, donde las calles se cruzaban unas con otras. Una ciudad rodeada de una muralla blanca, donde los negros árboles eran más altos que los edificios.

            Sin temor a hacerse daño, dio un salto cayendo al suelo. Una pequeña flexión de rodillas y comenzó a caminar. Aunque iba sorteando las sepulturas, su rumbo era fijo, su paso ligero. Solo aminoró un poco al pasar junto a la de sus padres, como para demostrar que a pesar de todo no los había olvidado, pasó la mano lentamente sobre el mármol, y siguió su camino.

            Le faltaban varios metros, pero la luz de la  luna dibujaba perfectamente los contornos de la figura que yacía recostada, y que la diferenciaba de las demás. Mientras se acercaba recordó como durante días y noches trabajó incansable hasta esculpirla. Todos los detalles, las  manos, los cabellos, los pliegues del vestido, se dibujaban en su mente a gran velocidad.

Al llegar  clavó los dedos sobre las marca de la piedra, lo hizo con tanta fuerza que sintió dolor en la yema de los dedos, pero aún así continuó apretando, como si quisiera ahondar más aquellas pocas letras con el nombre de ella, su amada, su esposa.

Las lágrimas inundaban sus ojos. Apoyó las manos sobre la fría piedra que cubría la lápida, y con todas sus fuerzas intentó inútilmente retirarla. Un grito agudo y desgarrador salió de lo más profundo de su ser. Ni siquiera los pájaros alborotados que huyeron de los cipreses apagaron aquel lamento.

Extenuado, volvió a mirar hacia el cielo, pronto amanecería, pues la primera claridad se dibujaba ya en el horizonte. Se tumbó sobre la piedra, pegándose a la figura como queriendo fundirse con ella. Sabía que el sueño le vencería a los pocos minutos. Con todas sus fuerzas deseaba no volver a despertar. Su mente abotargada por el dolor, no alcanzaba a comprender porque el moría poco a poco, y ella, su amada, había muerto en apenas unos instantes.


El calor sobre la espalda le despertó, el sol calentaba bastante, lo que le indicó que la mañana estaba ya muy avanzada. Todo volvía a ser como el día anterior, sintió una punzada de dolor en el pecho, pero aún así, se incorporó y comenzó a caminar. Sin volver la vista atrás y con lágrimas en los ojos, fue abandonando el cementerio. El miedo a seguir viviendo le había convertido de nuevo en un joven anciano.

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