EL SICARIO


¡Hola! Me llamo Pepe Gilberto, ¡uy! Un momentín, que voy a tachar el apellido, ya saben por eso de la privacidad. Soy sicario, aunque a mí, me gusta más decir asesino profesional, lo de sicario lo veo como más… violento, sangriento, sin escrúpulos. En realidad soy albañil, pero desde la crisis del ladrillo, he tenido que ir reciclándome. Primero fui de buzón en buzón repartiendo propaganda, pero aquello era de andar mucho. Luego empecé en paquetería, aquí andar no se anda, pero hay que conducir de un lado para otro, y terminaba más mareado que una perdiz. Lo de vendedor a domicilio también lo probé, pero se parecía demasiado al buzoneo, y encima nadie compra ya al que llama a la puerta, se han acomodado a comprar por internet y que lo traiga el de paquetería. ¡Ah! Se me olvidaba, también trabajé de cajera, perdón cajero, en Merca… mejor no digo el nombre, por no hacer publicidad, pero tuve que dejarlo por prescripción facultativa. El médico me dijo que eso de estar todo el día moviendo la cabeza, viendo pasar cada producto, me producía trastorno neuronal. Algo así como que mis neuronas estaban todo el día de partido de tenis, voy y vengo, voy y vengo, y no lo soportábamos ni ellas ni yo. En fin, que dándole vueltas a un trabajo y otro, y viendo lo que los asesinos profesionales cobran en las pelis, pues decidí este último trabajo.

Pero quiero aclarar una cosa, la gente se cree, que porque eres sicario y te pagan, puede elegir la forma de como tienes tú que matar a quien ellos quieren. ¡Pues no! Al menos en mi caso no. 

Quiero que parezca un accidente dentro de la bañera a las seis en punto, me dice un cliente, Y yo pienso… y si a las seis no le da por bañarse… Además que si es una mujer guapa y bien puesta, pues uno hace lo que sea para convencerla de que se dé un bañito y… ya va siendo más fácil hacerlo. Pero, y si es un caballero de esos que cuando se quitan la ropa son todo menos caballeros, pelos por aquí, michelines por allá, bueno por todos los lados. ¿Quién se pone delante con toda la desfachatez del mundo y le obliga a desnudarse? ¡Yo no! Os lo puedo asegurar. 

Hace cosa de año y medio, me suena el teléfono:

-¡Hola!

-¡Hola! ¿Es usted… 

Era la voz de una mujer pero no terminaba la frase.

- Sí, dígame.

-¿Es usted… 

Vuelve a dudar y para que no cuelgue le ayudo. 

-Sí soy yo –le digo sin reparo, y añado.- Si quiere matar a alguien dígamelo.

Debí facilitárselo mucho, pues inmediatamente y de corrillo dijo:

-Quiero que mate a mi suegra   envenenándola con algo que sufra, sufra y sufra”

Mira no pude seguir escuchándola, colgué. ¡Qué mala es la gente! Matar a su suegra envenenándola. Sí, ya sé que hay suegras que se lo merecen, pero de ahí a hacerlo. Y encima con saña… ¡que sufra, sufra y sufra!
El deseo de otro cliente: “Quiero que parezca un suicidio, que se haya colgado de la barandilla del salón”. Claro, como si fuere tan sencillo hacer que alguien se suba por su santa voluntad a una silla con la cuerda al cuello. Hombre si consigues que antes se tome unas cuantas copas y luego piense que es un juego… pues a lo mejor te sale bien. Pero y lo desagradable que es. Según tengo entendido, a la pobre víctima se le sueltan los esfínteres, vamos que se hace todo encima. ¡Calla, calla! Menudo pastel para la persona que se la encuentre, y los polis: ¿Es asesinato o suicidio?  y el forense: ¡Es una mierda!

Y los que me piden que simule un suicidio con un tiro en la sien. Vamos que te presentas allí en casa de alguien, entras sin que te vean, que ya es difícil, llegas hasta el salón, el dormitorio o el despacho, según la ocasión, y le dices a la pobre víctima:  toma esta pistola y sáltate la tapa de los sesos ahora mismo. ¡Vamos calla! Con lo desagradable que es obligar a la gente a hacer algo, y encima que sea pegarse un tiro. ¡Qué no! Que no es mi forma de trabajar. Que yo soy más… no sé cómo explicarlo, pero así no lo puedo hacer.

Aunque he de decir que hace dos semanas me salió bien el trabajo. Quedo con el tipo, un hombre elegante, un buen despacho, la mesa ordenadita. Me enseña el sobre, doce mil euros, nada para despreciar, y propone el asunto: matar al hijo de su novia, que según él, no quería que su mamá se casara con otro. ¡Bueno! Casi lo normal para mi oficio. Yo le doy el visto bueno, y él saca una foto de la víctima. La cojo, la miro y  pam, pam, pam… tres tiros a bocajarro, pues no quería el desgracio que me cargara a un chiquillo de unos diez años. Creo que es la única vez que no he dudado de hacerlo, y tampoco de cobrar, salí raudo y veloz con el sobre de los doce mil euros en el bolsillo. 

Esta mañana mismamente, he recibido un mensaje de un antiguo compañero de clase. El muy ca… cabrito me dice que quiere que su mujer muera lentamente mientras duerme. Será ruin, que hace apenas tres años bebía los vientos por ella, y ahora quiere deshacerse de la pobre muchacha sin que ella se entere de nada. Como yo le dije por teléfono: “desgraciao si no la querías no haberte casado con ella”.

Vamos, que me estoy planteando cambiar de oficio, porque lo de sicario creo que tampoco es lo mío.

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