Cienrayas

Y pronto, pues ya está en la imprenta, mi primer libro. Cienrayas, el pirata honrado, es un libro que nace a partir de una animación lectora que hice para la clase de Pablo, mi hijo pequeño.


Cienrayas, es un pirata malvado que se convierte en honrado. En el libro que va dirigido a niños a partir de 7 años, pero que puede leer cualquiera, podréis encontrar alguna de las aventuras que le ocurren a él y a sus marineros. 


XVI Premio de Narrativa Breve 
Géminis 2014
Aspe (Alicante)

2º PREMIO
Categoría mayores de 31 años



Aquí tenéis mi último relato que como ya sabréis fue premiado el pasado 8 de noviembre en Aspe, Espero que os guste.



                                
LA DAMA DE LA LAGUNA


 El reloj marcó las doce. Se levantó, se puso el chaleco y cogió la escopeta. Al salir a la puerta, la campana de la iglesia también comenzó a llenar el silencio de la noche con su toque monótono. Se quedó un instante parado, no quería cruzarse con nadie antes de salir del pueblo. Cuando estuvo seguro comenzó a caminar. Llevaba mucho tiempo planeando la salida, y había elegido aquella noche para tener el camino iluminado por la luz blanquecina de la luna llena. Conocía bien el camino, por lo que su paso era ligero. Solo al poco de salir a campo abierto, volvió la vista hacia el pueblo. Donde las farolas iluminaban de forma irregular, solo algunas partes de las fachadas.
Al coger el camino de la sierra, la pendiente hizo que bajara un poco el ritmo. Lo que hasta entonces había sido un camino bien delimitado, ahora se llenó de luces y sombras debido a los árboles que lo bordeaban. De vez en cuando, algún animalillo, asustado por su presencia, huía de detrás de los matojos.
Llevaba como una hora andando, cuando hizo un alto. Algunas gotas de sudor habían aparecido en su frente, pasó el dorso de la mano para secarlas. Apoyó la escopeta en un tronco, e hizo lo mismo con su cuerpo. Buscando en el bolsillo del chaleco, sacó un paquete de tabaco. La llama del encendedor iluminó su rostro por un instante, luego el ascua del cigarro apenas marcaba el contorno de su boca, cada vez que daba una calada.
Se dio el tiempo justo de acabarse el pitillo. Se aseguró de apagarlo pisándolo y enterrándolo con la punta de la bota y comenzó de nuevo a andar. Ahora, la naturaleza, a pesar de la oscuridad, se adivinaba más intensa, con más matices, más llena de vida que abajo en la llanura. No tardó en escuchar el suave discurrir del agua del arroyo, y el olor a juncos y barro llenó sus fosas nasales. La luna, imperturbable, también seguía su recorrido en el cielo despejado, y solo donde no llegaba su luminosidad, éste se llenaba de estrellas tintineantes.
Al llegar a la laguna, giró a la izquierda y fue bordeándola hasta llegar a un claro. No era la primera vez que iba, pero aquella noche le pareció que era distinta. Al frente, un suave murmullo señalaba el punto donde la pequeña cascada iba renovando el agua. Dejó la escopeta en el árbol más cercano, y se sentó sobre una piedra. La superficie del agua parecía un espejo. La luna dibujaba un reguero blanco que llegaba hasta la orilla sin romperse. Solo los cantos de alguna rana rompían el silencio de la noche. De nuevo buscó en el bolsillo el tabaco. La primera calada, profunda, calentó su garganta. Una leve tos le llevó a sujetar el cigarrillo con los dedos. Después fue disfrutando con cada calada. Aquel pitillo sería el último. La última calada fue tan profunda como la primera, y el ascua casi le quemó la punta de los dedos. Tiró la boquilla al suelo y comenzó a enterrarla. Entonces lo notó, solo el ruido que él hacía al restregar el suelo, rompía el silencio. Todo a su alrededor se había detenido. Miró hacia la orilla y comenzó a notar como unas suaves ondulaciones en la superficie, quebraban el reflejo de la luna. Entrecerró los ojos, algo, no sabía distinguirlo todavía, venía nadando desde el centro de la laguna, apenas a unos metros de la orilla, la silueta de una persona comenzó a emerger del agua. Era una mujer. El agua resbalando por el cuerpo desnudo, reflejaba en miles de puntos la luz de la luna. Ella se acercó y agachándose recogió su vestido. Él dudó, le pareció no haberlo visto antes. Ella se lo puso antes de acercarse. El vestido se pegó a su cuerpo como una segunda piel, marcando todas sus formas. Una larga y negra melena caía sobre sus hombros, contrastando con el blanco del vestido. Cuando estuvo frente a él, se peinó con las manos y algunas gotas le salpicaron en el rostro.
A su mente vinieron algunas de las leyendas, que hablaban de seres extraordinarios que habitaban la laguna. A él le pareció una mujer joven, sensual... bonita.
- ¿Qué haces aquí?
Fueron sus primeras palabras. Su voz suave, llenó el silencio reinante.
-  He venido a cazar.
- ¿De noche? No mientas.
Aquello lo dejó desorientado. Y sólo encogió los hombros sin llegar a contestar. Los sonidos de la noche volvían poco a poco a inundar el aire. Ella se movió hacia un lado y él tuvo que entrecerrar los ojos debido al reflejo en el agua.
- ¿Para qué has traído la escopeta?
Él se entretuvo antes de contestar.
- No mientas.
- Mi mujer murió hace un año.
Se escuchó decir, sin reconocer su voz. Un nudo ahogo sus siguientes palabras y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.
- ¿La querías?
Él afirmó con un movimiento de cabeza, y se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz, he intentó contener las lágrimas que asomaban a sus ojos.
- La quería, era todo en mi vida y ahora…
De nuevo sus palabras quedaron ahogadas antes de salir… Cuando se repuso añadió:
- Nos queríamos.
- ¿Estás seguro de que ella te amaba?
Él masticó aquella pregunta y se levantó girándose, cogió la escopeta y se volvió apuntando. La superficie del agua formaba ondulaciones que acababan en la orilla. La mujer había desaparecido. Se sorprendió al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Por un instante había perdido la cabeza. Había estado a punto de disparar a otra persona. Abrió la escopeta y sacó los cartuchos guardándolos en el bolsillo.  
Durante un tiempo estuvo esperando que ella apareciera en la orilla, hasta que comprendió que aquello no iba a ocurrir, entonces decidió volver al pueblo. Hizo todo el camino de vuelta pensando en las últimas palabras de aquella mujer: “¿Estás seguro de que ella te amaba?”
Al llegar a su casa, sólo tuvo ganas de tumbarse en la cama. Pasó la mano por el lado vacío de la cama, y un amargo llanto salió de su interior. Derrotado, se quedó dormido en un sueño intranquilo, a veces se veía caminando hacia un destino inalcanzable, otras aquella mujer lo miraba y soltaba una carcajada larga y fuerte que le despertaba empapado en sudor. Agotado estuvo soportando aquellas pesadillas hasta mediada la tarde, Entonces se levantó y después de comer un poco para reponer fuerzas, volvió a salir para recorrer el mismo trayecto que la noche anterior.
La laguna estaba sumida en esa hora de luces y sombras, en la que nada parece real, pues van desapareciendo bajo el manto de la noche. Sólo cuando la luna apareció tras las altas paredes que la cierran por detrás, los contornos de la vegetación y los árboles volvieron a hacerse reales. Al igual que la pasada noche, la superficie del agua parecía un espejo. Al otro lado los árboles y las cañas eran una masa negra que separaba el agua de la roca.
Apoyado contra el tronco de un árbol fue quedándose dormido. Un sonido monótono, distinto al de la naturaleza que lo rodeaba, le despertó. Sobre la roca que él había ocupado la noche anterior, la mujer lanzaba pequeñas piedras al agua. Él simuló seguir dormido. El ruido cesó.
- Sé que ya no duermes ¿Por qué no te acercas?
Como si no la hubiera oído, él no se movió.
- ¿Me tienes miedo?
La última pregunta hizo que él se levantara para acercarse. Sólo el ruido de sus pasos rompían el silencio que se había instalado a su alrededor. Se colocó a unos pasos frente a ella y la miró a los ojos.
- ¿Quién eres?
- Acaso importa. La última vez yo te hice una pregunta y tú… no me respondiste.
Lo dijo como si aquello hubiera ocurrido en la lejanía del tiempo. El rostro de él comenzó a reflejar toda la ira de su interior.
- Sí, me amaba. Nos amábamos.
Escupió sus palabras alzando la voz, y retumbaron como si estuvieran en una gran habitación desnuda, sin muebles. Él notó como la vibración de sus palabras chocaban contra su cuerpo.
- Sé que tú la amabas. Pero,  no crees que deberías estar más seguro para poder afirmar que ella te amaba a ti…
Su cuerpo comenzó a temblar, y un largo escalofrío le hizo abrazarse a sí mismo.
- ¿Llevas flores a su tumba?
-¿Eso qué tiene que ver?
Entre los dos se hizo un silencio. Ella no dejaba de mirarlo. Pero él, con la respiración agitada, seguía dirigiendo su mirada a los pies de ella. Aquellos pies que la noche anterior no habían marcado ninguna huella en la orilla de la laguna. Poco a poco, él fue tranquilizándose, hasta que se sintió otra vez seguro de sí mismo.
- No, no puedo. No quiero ir a verla y encontrarme ante una lápida fría y oscura, con su nombre escrito en letras huecas. Porque ella no estará allí.
Ella se levantó de la roca y volvió a lanzar piedrecitas al agua.
- Hay flores. También veras flores, casi siempre frescas. Flores que tú no llevas.
Al acabar la frase se fue introduciendo en el agua hasta desaparecer por completo. Él se quedó contemplando el lugar por donde ella había desaparecido, absorto sin poder reaccionar. La luz de la luna fue dando paso lentamente a la del alba, y un rayo del sol despuntó sobre el farallón de roca. Entonces decidió volver a casa.
…………..
Llevaba dos días dándole vueltas a aquellas malditas palabras: “flores que tú no llevas”. La había conocido en la ciudad. Sin familia, pronto decidieron vivir juntos. Al principio ella dejó su trabajo y se vino a vivir al pueblo. Eran felices, muy felices. Luego, después de algunos años, ella volvió a la ciudad, necesitaba trabajar, cambiar de aires… dijo. Pero todo seguía igual entre ellos. Sólo de vez en cuando tenía que quedarse a hacer noche por trabajo. ¿Quién llevaba flores a su mujer? Aquella maldita pregunta le seguía carcomiendo. Cogió el coche e inició el camino hacia la ciudad. Por algún extraño motivo, ella tenía decidido que su funeral y su cuerpo descansaran en el cementerio de su barrio. Él, estaba tan destrozado, cuando ella se fue, que no reparó en ello. Después cuando decidió hacerle alguna visita, supo que no podría. No era la distancia, apenas veinte minutos, era que no soportaba saber que su amada estaba allí bajo tierra, y agradeció que no hubiera cambiado la decisión de ser enterrada en la ciudad.
Al volver de la ciudad, no llegó al pueblo. Al llegar a la desviación que llevaba a la laguna se salió de la carretera. Dejó el coche en el inicio del bosque y siguió caminando. Pensó que ella no estaría allí, todavía había mucha luz del día, por eso se sorprendió al verla saliendo del agua. ¿Cómo podía saber que él iba a ir?
- ¿Ya lo sabes, verdad? – le preguntó antes de salir del agua.
Él no contestó. La observaba salir del agua. A la luz del día pudo observar toda su belleza y  sensualidad. Antes de llegar, volvió a agacharse junto a la orilla y... allí estaba vistiéndose antes de llegar hasta él. Era curioso, nunca se acordaba de mirar entre los matorrales para saber si ella ya estaba dentro del agua.
Volvió a oír su voz, pero sumido en sus pensamientos, no había escuchado sus palabras.
- ¿Qué?
- El destino, es así a veces.
- ¿A qué te refieres?
- Es la primera vez que vuelves a su tumba, y… allí estaba él. No necesitaste preguntar. Sabías que era el amante de tu mujer nada más verlo. Te lo podrías haber encontrado en cualquier otro lugar, y no habría llamado tu atención.
- Déjame tranquilo, vuelve a la laguna. No tengo ganas de hablar.
Ella se sentó en una roca y distraída comenzó a jugar con un mechón de pelo.
- ¿Para qué has venido entonces?
Él no contestó, despacio se fue introduciendo en el agua y comenzó a nadar con todas sus fuerzas hacia el centro de la laguna. Al llegar allí, se notó cansado, pero sabía que no sería suficiente, comenzó a bajar, notó como el agua iba enfriándose con la profundidad, la claridad de la superficie iba desapareciendo. Siguió avanzando hacia la oscuridad del fondo. Sus pulmones comenzaron a dolerle. Su instinto le decía que volviera, pero se negó a hacerlo. Cuando ya no pudo más soltó el aire que tenía dentro y se quedó parado. Sintió como sus sienes comenzaban a doler, pero se negó a bracear. Cerró los ojos y se abandonó a la negrura y el frío que lo rodeaban. Su cuerpo comenzó a paralizarse.
…………..
Supo que estaba tendido en el suelo. Notaba la arena clavada en su cara. Estaba empapado, y  sentía dolor en cada rincón de su cuerpo. Intentó moverse, pero no pudo. Tenía la sensación de estar pegado al suelo. Su cabeza estaba embotada y cada parte de su cuerpo era una fuente de dolor. Notó su presencia, pero no la veía. Poco a poco fue cerrando los ojos y el cansancio volvió a dormirlo.
Cuando volvió a abrir los ojos de nuevo, vio que su ropa se había secado, pero aun así, sintió el frío de la noche. Todavía estaba dolorido, y haciendo un gran esfuerzo consiguió recostarse en una de las rocas cercanas. Por la altura de la luna debía ser cerca de media noche. Poco a poco comenzó a recordar todo lo sucedido. Había estado a punto de dejarse ahogar. Estaba allí, bajo las aguas, en el más profundo silencio, y su cuerpo y su mente parecían haberse disuelto en aquella masa fría que lo envolvía, pero entonces comenzó a notar algo a su alrededor se moviera y su cuerpo comenzara a deslizarse dentro del agua. Luego, sin saber cuánto tiempo había transcurrido, se encontró tumbado y roto en la orilla. Sabía que aquella extraña mujer había estado a su lado. Pero se encontraba agotado, y cayó en un profundo sueño. Al principio el sueño eran retazos de su vida anterior, pero luego, todo había cambiado. Se veía jugando junto a la laguna con dos niñas pequeñas, sentado bajo un árbol comiendo y riendo. Las niñas iban creciendo a cada nueva escena. Otras veces veía las mismas niñas, pero no era él quien las acompañaba, era una bonita mujer de pelo claro y rizado, la que se adentraba en el agua para bañarse y chapotear con ellas.
Se hallaba recordando aquellos sueños cuando ella apareció. Se agachó frente a él y le acarició la mejilla. Él la miró a los ojos.
- ¿Por qué?
Ella lo miró con dulzura, y acercó la mano tapándole los labios.
- Nadie  se ahoga en mi laguna sin mi permiso.
Ella comenzó a alejarse hacia la orilla. Él intento levantarse para detenerla, pero su cuerpo todavía no era capaz de reaccionar, estiró el brazo intentando que ella se volviera a ayudarle, pero ella ya había comenzado a introducirse en el agua.
- Pero yo no quiero vivir. Mi vida era una mentira.
Ella se volvió cuando el agua le llegaba a la cintura.
- Esos sueños son tu futuro. Debes vivir para cumplirlo.
…………..
A pesar de todas las veces que había regresado a la laguna, no había vuelto a verla. Hacía ya varios años, pero estaba seguro de que estaba allí, que podría aparecer en cualquier momento. Notaba su presencia invisible. Estaba sumido en aquellos pensamientos, cuando le pareció oír que su mujer lo llamaba.
- ¿Qué…? ¿Has dicho algo?
- Sí, que dejes de soñar y vigiles a las niñas. No ves que están solas en el agua.
Él comenzó a mirarlas, pero sabía que no era necesario. Su futuro, como él lo soñó, se iba cumpliendo día tras día. Y en el sueño sus hijas crecían felices, y ellos seguían yendo a la orilla de la laguna para nadar junto a ellas.
Sus hijas seguían lanzándose agua la una a la otra. Se levantó y caminó hacia la orilla. Su cuerpo entero, al entrar en contacto con el agua, se estremeció. Sin pensárselo se lanzó de cabeza y abrió la boca, sumergido lanzó un beso con la mano, hacia lo más profundo.
Al emerger delante de sus hijas, les salpicó con el agua que llevaba en la boca a modo de bendición. Luego pensó: algún día les contaré la historia de la Dama de la Laguna.