MOTILLA

Este es el texto que presente, creo que en la 2ª edición del concurso de Narrativa Corta El Talayón. Pensaba que lo había perdido, pero hace unos días lo encontré por casualidad, mi madre lo tenía guardado en su casa. No es el original, pues he realizado unas pequeñas correcciones, pero ahí está, para que lo podáis leer.


NOTA ACLARATORIA
Este texto no pretende en ningún momento ser histórico. Es imaginario y surge simplemente por el deseo de creatividad de la persona que lo ha escrito.


MOTILLA

Apretó el paso, estaba oscureciendo, y quería llegar al Santuario antes de que fuera la noche. Cruzó el río, normalmente no llevaba agua, pero era época de lluvias, por lo que un pequeño hilo de agua discurría lentamente por su cauce. Poco después llegó a la pequeña falda del montículo sagrado y comenzó a subir, lo había hecho miles de veces y no necesitaba mirar al suelo para caminar. La pendiente era pronunciada y su avanzada edad y la enorme piel que llevaba para protegerse del frío de la noche le hacían ir más despacio.
Al llegar arriba cansada, agradeció haber tomado la decisión de elegir una sucesora. Muy pronto los dos Dioses del firmamento estarían igualados en poder y sus hijos respectivos el Día y la Noche durarían lo mismo. La nueva estación estaba a punto de comenzar, ya se notaba en la naturaleza, las plantas y los animales también estaban iniciando un nuevo ciclo. Sería el momento elegido para pasar el poder a la mujer que había de sucederla, deseaba agradecérselo a los Dioses.

Comenzó a preparar la leña para la pequeña hoguera que le serviría para realizar la ofrenda. Limpió la gran piedra que servía de altar, y espero que la Madre estuviera en lo más alto del firmamento. La noche era serena y limpia se podían ver las numerosas hijas de la noche, aquellas pequeñas hogueras tan lejanas que no se podía ver su humo. Ella sabía que no eran hogueras, nunca lo dijo, pero estaba segura de que eran Madres Lunas que iluminaban otras tierras como la suya, donde otros hombres y mujeres tendrían su hogar allá en el inmenso espacio.

Cuando hubo preparado todo, se sentó a esperar, junto al árbol que había visto crecer, como se ve crecer a un hijo, pues ella misma lo había plantado. Apoyó la espalda y comenzó a escuchar las voces de la noche, podía distinguir perfectamente el roce de las hojas  sobre su cabeza, de las pisadas de algún animalillo que estuviera cazando o que iba a ser cazado en cualquier momento. Podía saber si el aire de la noche traería lluvias en los próximos días o si por el contrario el viento seco haría que los frutos de la temporada maduraran más deprisa. No en vano, su misión era conocer la naturaleza y sus secretos, para poder ayudar a su pueblo.

Llevaba un rato observando el valle desde el pequeño montículo, los árboles junto al cauce del río hacían oscurecer el suelo donde proyectaban su sombra. De vez en cuando podía observar, allí abajo, como algún animal se acercaba a beber en la pequeña corriente, y a lo lejos los bosques donde cazaban y recogían madera para sus fuegos. Volvió a mirar aquel pequeño cauce que reflejaba la imagen de la Madre Luna en sus remansos, convirtiéndose en un camino de muchas pequeñas madres lunas. Aquel río que tantas veces había cruzado y del que tantas veces utilizó el agua para sus medicinas y sus bebidas de sacrificio, que sin apenas llevar agua había formado parte de la historia de su pueblo desde  los tiempos más remotos, cuando sus antepasados vivían en el cerro que se divisaba hacia la salida del Padre.

Se tapó un poco más con la piel y volvió la cabeza hacia el poblado, todo estaba ya en silencio, si acaso algún animal de los que vivían con ellos se escuchaba de vez en cuando y recordó, aquel que de joven le había acompañado tantas veces al Santuario, aquel que había dado la vida por ella defendiéndola hasta la muerte, y que ahora yacía bajo el árbol en el que estaba apoyada. Recordó los ojos del animal, y una lágrima inundó los suyos. Desde su muerte ya no volvió a tener ningún otro animal junto a ella.

La madre había recorrido ya la mitad del camino, se dispuso a hacer sus oraciones y sacrificios, saco el brebaje de la ceremonia y encendió la pequeña hoguera, notó como los pajarillos dormidos en las ramas del árbol se alborotaban con la luz del fuego, y continuó con su ritual. Invocó a los espíritus de sus antepasados por haberle ayudado cuando lo necesitó y agradeció que le hubieran guiado en su elección, les pidió que no la olvidaran en la nueva etapa que comenzaría dentro de poco tiempo y que ayudaran a la nueva guía del poblado. Agradeció también al Padre Sol y a la Madre Tierra los alimentos que les proporcionaban, el agua, sus animales y sus cultivos.

Acabó la ceremonia de agradecimiento, pero en lugar de marcharse se volvió a sentar apoyada en el tronco del árbol, llevaba allí un buen rato cuando los recuerdos comenzaron a llenar su mente. Recordaba como un buen día decidió dejar el antiguo poblado allá en lo alto para bajar al valle. Fue una decisión difícil, tardo mucho tiempo en llevarla a cabo, pero al fin convenció a su pueblo para hacerlo. Al principio fue muy duro, no todos veían con buenos ojos esa decisión, hubo varias muertes y algunos se marcharon buscando un sitio mejor, la tribu no subsistiría en aquellas condiciones, cada vez eran menos individuos, y todavía no habían logrado instalarse totalmente en el lugar.

En ese momento una sensación fría le recorrió todo el cuerpo, qué habría sido de su pueblo si aquella noche, ya lejana en los tiempos no hubiera ido hasta el río, qué le llevó a cruzar al otro lado. Había intentado tantas veces hablar con sus antepasados para que le explicaran que había hecho mal, para que su pueblo cada vez fuera más pobre y más débil. Aquella noche lejana recordaba haber mirado con añoranza hacia el Antiguo Territorio, se podía ver perfectamente recortado en el horizonte, redondo como el vientre de la madre que espera un hijo. Allí habían quedado los restos de sus antepasados, y ella los había abandonado. Estaba tan absorta en estos pensamientos que se había quedado dormida, en un sueño inquieto. Despertó sin recordar nada, y vio que sus manos estaban manchadas de algo raro y endurecido, miró a su alrededor y a su lado había un abultamiento en el suelo, era un pequeño montículo de barro, se podía ver los trozos de los dedos que lo habían moldeado. Miró hacia la salida del Padre, el montículo se parecía al cerro del antiguo poblado, pero era más perfecto, suave, redondo, como el vientre de una mujer embarazada, y junto a él había trazado un surco. Entonces lo comprendió, el surco era el riachuelo y lo que había moldeado un monte que se semejaba al cerro donde su tribu había vivido hasta que se trasladaron. Había tenido una visión, debían construir un montículo y convertido en lugar de culto, en Santuario, donde su pueblo acudiría a pedir consejo a los Dioses y donde guardar los restos de sus antepasados.

Todo cambió a partir de aquella noche tan lejana. Al día siguiente, reunió a todos los individuos del poblado en aquel lugar, realizó el primer sacrificio y les explicó lo ocurrido, como los dioses durante su sueño, le habían indicado que debía hacer. Desde aquel mismo momento comenzó a trazar el perímetro que tendría el montículo. Una vez marcado ordenó a los hombres que hicieran un círculo de tierra de la altura de un hombre.

Ella junto con las mujeres jóvenes de la tribu, inició el camino hacia el antiguo poblado. Allí habían dejado los restos  de sus antepasados, que desde el comienzo de la tribu, iban colocando en  vasijas de barro, en el interior de la cueva sagrada. Pero ahora pensaban que no debían haberlos abandonado, y decidieron traerlos para colocarlos en el centro del círculo que se estaba construyendo. Después irían levantando el montículo hasta que tuviera las mismas proporciones del que ella había trazado en sueños.

Durante mucho tiempo estuvieron trabajando sin descanso. Construyeron círculos concéntricos de barro, donde fueron colocando las vasijas funerarias, para taparlas posteriormente. Una vez que estaba rellena la primera base fueron añadiendo una capa tras otra. Cuando terminaron, todo el poblado estaba satisfecho de su trabajo. A partir de entonces, ya no hubo más abandonos por parte de ningún miembro, y los dioses parecían estar de acuerdo, las muertes descendieron. El poblado comenzó a crecer y crecer.

Desde aquello había pasado mucho tiempo, ahora su cuerpo estaba viejo y su cabello blanco, para ella pronto llegaría el momento de abandonar la Madre Tierra y reunirse con sus antepasados, pero su pueblo no la olvidaría en muchos años, pues había sido capaz de encontrar un nuevo lugar donde vivir, y habían construido un hermosos Santuario donde celebrar todos los acontecimientos importantes en el devenir de los días de la tribu.

Hacia la salida del Padre, comenzaba a clarear, pronto su luz inundaría todos los campos, era el momento de volver a casa, recogió su hatillo e inició la bajada por la ladera. A pesar de haber pasado casi toda la noche en vela se sentía bien. Aquellos recuerdos siempre le hacían sentirse feliz. Cruzó el río y se volvió para mirar hacia el montículo, la luz del alba hacía perfectamente visible la silueta. Le seguía pareciendo el vientre de la mujer que va a ser madre. Ella no había tenido hijos pero pensó en todos aquellos niños y niñas de la tribu, a los que había presentado a la Diosa Madre en el santuario. Sabía que su pueblo seguiría creciendo cuando ella ya no estuviera allí. Aquello le llenó de gozo.

No mucho tiempo después la guía espiritual del poblado dejó la Madre Tierra y se marchó al mundo de los espíritus que viven en los recuerdos y en los corazones de los vivos. Su sucesora decidió que para honrarla, nadie más debía ser enterrado en la tumba sagrada, que a pesar de seguir rigiendo los acontecimientos de la tribu ya no fue utilizada como lugar de enterramiento.   

Y aun hoy cuando ya nadie la recuerda, su espíritu todavía está presente, pues aquel pequeño montículo junto al río, sigue siendo un lugar Sagrado. Y el poblado, cuyo nombre original nadie conoce, pues se perdió en la memoria de los que contaban las historias, hoy que todo se deja escrito se llama Motilla del Palancar, Motilla, que  significa pequeña elevación en terreno llano.