Hace unos días algunas madres de
infantil del cole representaron “El traje nuevo del Rey”, un cuento clásico de
Andersen, pero parece ser que antes que Andersen, el infante don Juan Manuel, allá por el 1335,
ya habla de esta trama en el cuento “La tela mágica” que Patronio le expone al
Conde Lucanor.
Yo he querido darle mi toque especial al convertir el cuento en
disclásico.
EL TRAJE NUEVO DEL REY
Había una vez un Rey al que le
gustaban tanto los trajes, que pasaba la mayoría del tiempo en su vestidor
probándose sus capas, sus túnicas, sus sombreros… No es que no le gustaran los
asuntos del gobierno como solían decir sus súbditos, pero llevaba tanto tiempo
siendo Rey, que ya prácticamente no necesitaba pensar en ellos para
resolverlos, además por más que se esforzaba en solucionar los problemas,
siempre surgían otros nuevos. Y… acaso no era el Rey, para qué necesitaba
entonces tantos ministros alrededor, que se llevaban una buena parte de sus
riquezas, si luego era él quien tenía que hacer el trabajo.
Así que un buen día tuvo una
excelente idea. Salió de palacio solo y buscó lejos de la villa dos sastres, les contó su plan y les
dio dos buenas bolsas de dinero.
No tardaron mucho en presentarse
aquellos dos a las puertas de la villa, diciendo que eran capaces de tejer una
tela maravillosa, de textura más suave que la seda y cuyos colores asombrarían
a todos. Solo había un problema, la tela solo era visible para las personas
cultas y listas.
El Rey por supuesto pidió hacerse
un buen traje con aquella maravillosa tela, y fue mandando a todos y cada uno
de sus ministros para ver cómo iban avanzando los dos sastres con su traje.
El engaño de los sastres fue
genial y… como sospechaba el Rey, ninguno de sus ministros fue capaz de negar
que no veía aquella tela de colores impresionantes. Tal es así, que el propio Rey
continuó con el engaño y llegó el día en que los sastres dijeron que el nuevo
traje del Rey estaba terminado.
Por supuesto el Rey ordenó que
prepararan una gran fiesta en la que estrenaría su traje y saldría por la villa
para que todos los habitantes de la villa pudieran verlo. Sorprendido vio como
no solo aquellos que vivían a expensas de su cargo, sino también los más
humildes de sus súbditos, le vitoreaban y ensalzaban las maravillas de aquel
traje nuevo, el cual no podían ver pues nada llevaba puesto.
Pero… fue entonces, cuando al
pasar delante de un niño que su madre sujetaba cogido de la mano, este se soltó,
y corrió colocándose delante del Rey.
- Majestad, puedo deciros una
cosa al oído –dijo el muchacho agachando la cabeza.
La madre intentó acercarse a
coger al niño, pero el Rey con un gesto le ordenó que lo dejara. El silencio se
hizo tan absoluto que a pesar de que el Rey se agachó hasta la altura del niño,
la vocecilla del niño escuchó en toda la plaza.
- Señor,
va desnudo, se le ven los calzones.
Entonces el Rey acarició al niño
amablemente, y llamando a uno de sus soldados dijo:
- Entrégale
la bolsa de monedas que te he dado antes de salir de palacio, pues él es el
único que ha sido sincero y capaz de decir la vedad.
Dicen que a partir de aquel día,
el Rey pudo disfrutar más de sus trajes, pues los ministros que antes acudían
con los problemas al Rey, ahora los solucionaban ellos, y solo cuando la cuestión
era importante se la llevaban él para que decidiera.