CUENTOS DISCLÁSICOS - EL TRAJE NUEVO DEL REY

Hace unos días algunas madres de infantil del cole representaron “El traje nuevo del Rey”, un cuento clásico de Andersen, pero parece ser que antes que Andersen,  el infante don Juan Manuel, allá por el 1335, ya habla de esta trama en el cuento “La tela mágica” que Patronio le expone al Conde Lucanor. 

Yo he querido darle mi toque especial al convertir el cuento en disclásico.


EL TRAJE NUEVO DEL REY

Había una vez un Rey al que le gustaban tanto los trajes, que pasaba la mayoría del tiempo en su vestidor probándose sus capas, sus túnicas, sus sombreros… No es que no le gustaran los asuntos del gobierno como solían decir sus súbditos, pero llevaba tanto tiempo siendo Rey, que ya prácticamente no necesitaba pensar en ellos para resolverlos, además por más que se esforzaba en solucionar los problemas, siempre surgían otros nuevos. Y… acaso no era el Rey, para qué necesitaba entonces tantos ministros alrededor, que se llevaban una buena parte de sus riquezas, si luego era él quien tenía que hacer el trabajo.

Así que un buen día tuvo una excelente idea. Salió de palacio solo y buscó lejos de la  villa dos sastres, les contó su plan y les dio dos buenas bolsas de dinero.

No tardaron mucho en presentarse aquellos dos a las puertas de la villa, diciendo que eran capaces de tejer una tela maravillosa, de textura más suave que la seda y cuyos colores asombrarían a todos. Solo había un problema, la tela solo era visible para las personas cultas y listas.

El Rey por supuesto pidió hacerse un buen traje con aquella maravillosa tela, y fue mandando a todos y cada uno de sus ministros para ver cómo iban avanzando los dos sastres con su traje.

El engaño de los sastres fue genial y… como sospechaba el Rey, ninguno de sus ministros fue capaz de negar que no veía aquella tela de colores impresionantes. Tal es así, que el propio Rey continuó con el engaño y llegó el día en que los sastres dijeron que el nuevo traje del Rey estaba terminado.

Por supuesto el Rey ordenó que prepararan una gran fiesta en la que estrenaría su traje y saldría por la villa para que todos los habitantes de la villa pudieran verlo. Sorprendido vio como no solo aquellos que vivían a expensas de su cargo, sino también los más humildes de sus súbditos, le vitoreaban y ensalzaban las maravillas de aquel traje nuevo, el cual no podían ver pues nada llevaba puesto.

Pero… fue entonces, cuando al pasar delante de un niño que su madre sujetaba cogido de la mano, este se soltó, y corrió colocándose delante del Rey.

- Majestad, puedo deciros una cosa al oído –dijo el muchacho agachando la cabeza.

La madre intentó acercarse a coger al niño, pero el Rey con un gesto le ordenó que lo dejara. El silencio se hizo tan absoluto que a pesar de que el Rey se agachó hasta la altura del niño, la vocecilla del niño escuchó en toda la plaza.

-  Señor, va desnudo, se le ven los calzones.

Entonces el Rey acarició al niño amablemente, y llamando a uno de sus soldados dijo:

-  Entrégale la bolsa de monedas que te he dado antes de salir de palacio, pues él es el único que ha sido sincero y capaz de decir la vedad.

Dicen que a partir de aquel día, el Rey pudo disfrutar más de sus trajes, pues los ministros que antes acudían con los problemas al Rey, ahora los solucionaban ellos, y solo cuando la cuestión era importante se la llevaban él para que decidiera. 



TU RINCÓN VACÍO



Vacío, el rincón que tú elegiste, ha estado vacío. Los últimos veranos, fue tu lugar preferido. Allí pintaste flores en tela, allí diste miles de puntos de ganchillo, leías o  hacías pasatiempos y solitarios, cientos de solitarios, y muchas, muchas partidas de cartas con tus nietos.

Ahora, apenas sus fotos han ocupado la mesa. Ni libros, ni baraja, ni… tú. Tú que pasabas horas, días enteros en ese rincón junto a la ventana, tú no has estado. Después de unos meses de agonía, tu cuerpo, tu edad,  no resistieron la enfermedad y nos dejaste.


Por ello, tu rincón, el rincón que tú elegiste ha estado vacío de tus cosas, pero no de nuestros recuerdos. Estoy seguro que todos y cada uno de nosotros, de los tuyos, hemos buscado allí tu presencia. Porque “cuando hay amor, la muerte no gana la última batalla, nos quedan los recuerdos”

CUENTOS DISCLÁSICOS - LA BELLA DURMIENTE

Como no hay dos sin tres, aquí va el tercer cuento disclásico, y por ahora el último. Espero que os guste.

Verdad que todos conocéis el cuento de la Bella Durmiente, si hombre, ese que hay una bruja mala que dice que cuando se pinche con el huso de una rueca, una rueca es un aparato para hacer hilo que usaban las abuelas de nuestras abuelas, ¡madre mía!, las abuelas de nuestras abuelas, ¡cuánto tiempo!
Bueno el caso es que la bruja mala le hecha la maldición de que cuando se pinche con el huso morirá.
Pero… también hay una bruja buena, ¡qué pocas hay de esas! ¿Verdad? Esta bruja buena dice que cuando se pinche no morirá, sino que se quedará dormida hasta que llegue un príncipe azul y la bese. Entonces se despertará, se casarán y vivirán felices para siempre.

Pues bien, sí, todo eso pasa, pero lo que no cuenta el cuento es la verdad, La verdad es que al poco tiempo un príncipe, que había oído la historia, fue al palacio de la princesa para despertarla y la besa. Viendo que no se despierta, piensa que le han engañado y se va. Lo cierto es que la princesa si despierta, pero al ver que su príncipe no es azul, hace como que sigue dormida, y cuando nadie la ve; va en busca de la rueca, y vuelve a pincharse para quedarse otra vez dormida.

Y al poco tiempo, vuelve a aparecer otro príncipe que vuelve a besar a la princesa. Ella vuelve a ver que no es azul y vuelve a disimular, hasta que se hace de noche y todo el mundo duerme, entonces se levanta y va a buscar la rueca, se pincha y a dormir.

Así, pasan los años y los príncipes, que claro está no son azules,  la princesa cada vez vuelve a levantarse a buscar la rueca para pincharse en el dedo.

Bueno eso las 50 primeras veces, porque luego se casó de tener que levantarse a buscar una rueca, cada vez que un príncipe le daba un beso, por eso, a partir de entonces cogió una y la escondió debajo de la cama.

Así seguían pasando los años, hasta que la princesa se dio cuenta que nunca eran azules y cada vez eran o más feos o más viejos, o más…

Bueno que pensó, me quedo con el próximo o llegará un día que ya no habrá príncipe que merezca la pena. Y así fue como por fin, después de más de cien años la princesa decidió que el próximo beso sería el último. Y como todos ya sabemos:


COLORÍN COLORADO, LA PRINCESA YA SE HA CASADO

CUENTOS DISCLÁSICOS, LOS TRES CERDITOS

Lo dicho, aquí tenéis la segunda entrega de cuentos disclásicos. Seguro que todos conocéis alguna versión de este cuento. Espero que os guste la mía.

Allí estaba el lobo, escondido entre los árboles, observando como aquellos tres cerditos construían sus casas, lo que no entendía era por qué cada uno la estaba haciendo en un lugar, si los tres habían llegado juntos al bosque. Y tampoco entendía por qué la estaban haciendo de un material distinto.

Era una lástima que tuviera aquel empacho tan grande, pero desde el día que se comió a los siete cabritillos, bueno… seis, uno se le había escapado; ya no tenía hambre, y además la barriga le pesaba enormemente. Pero era cuestión de tiempo que el hambre volviera, y entonces aquellos cerditos irían cayendo uno a uno.

Así el pobre lobo siguió vigilando durante muchos días,  esperando que la barriga se le deshinchara. Mientras tanto los cerditos fueron acabando sus respectivas casas, aunque claro está, el mayor tardó más puesto que la estaba haciendo de cemento y ladrillos.

¿Y qué pasó después?

Pues que una noche de viento, que el lobo estaba vigilando la casa de paja del más pequeño, una ráfaga de viento muy fuerte destrozó la casa, justo cuando el lobo aulló por el dolor de tripa que tenía. El pequeño cerdito, al escuchar el aullido y ver que la casa salía volando, pensó que habías sido el lobo que había soplado que la había destrozado.

Corriendo y asustado el cerdito llegó a la puerta de casa de su hermano y justo cuando iba a llamar a la puerta, tropezó y… ¡zas! Chocó contra la casa. Esta, que no era muy resistente, pues el cerdito mediano la hizo muy deprisa para poder irse a jugar, comenzó a deshacerse.

- ¿Qué pasa es un terremoto? –preguntó el cerdito mediano.

- ¡El lobo! ¡Qué viene el lobo! –dijo el pequeño.

Y asustados, los dos salieron corriendo para refugiarse casa de su hermano mayor. Al llegar le contaron todo a su hermano y esperaron que llegara el lobo. Y… llegó, el pobre lobo llegó, pero ya no quería comerse a los cerditos. No, solo quería que alguien le ayudara con su terrible dolor de barriga. Y como no conocía a nadie más en el bosque, pues se puso a aullar y llamar a casa del cerdito, pero los cerditos asustados no le abrieron. El pobre intentó llamar por las ventanas, pero nada, y hasta intentó subir al tejado para gritar por la chimenea, pero no pudo, le pesaba demasiado la barriga.

Así que cansado y con muchísimo dolor se fue a su cueva. Allí, se dio cuenta de que debajo de su largo pelo tenía una gran costura.

- Será por eso que me duele tanto la tripa –pensó. Y con mucho cuidado comenzó a estirar del hilo, poco a poco su barriga fue abriéndose y descubrió que lo que tenía dentro no eran los cabritillos, sino piedras… ¡Un montón de piedras! Como pudo las fue sacando y después se volvió a coser la barriga. Entonces decidió que nunca más volvería a comer nada que tuviera patas, como cerditos, cabritillos, gallinas, nada… 

- A partir de ahora –dijo –seré vegetariano, comeré lechuga, espinacas, zanahorias, fruta… lo que sea menos carne, que luego se convierte en piedras.

Y así es como los cerditos pensaron que el lobo iba a comérselos, pero en realidad solo quería que le ayudaran con su dolor, y…


COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA ACABADO

CUENTOS DISCLÁSICOS - CAPERUCITA ROJA

¡Hola! hace tiempo que no hacia ninguna entrada. Aquí os cuelgo el primero de varios cuentos especiales, yo los llamo disclásicos, porque están basados en los que nosotros conocemos, pero yo he decidido darles una nueva visión. Hoy os pongo el primero, y dentro de unos días procuraré poner los otros.


NARRADOR: Todos sabéis como comienza el cuento de Caperucita, pero en realidad no fue así. Su abuela no estaba enferma, pero sí que Caperucita la tenía que visitar a la semana siguiente. Así que decidió escribir una carta…

(Caperucita, está escribiendo una carta)

- Querido lobo. No, que se creerá que lo quiero.

- Amigo lobo. No, no, que no es mi amigo.

- Estimado lobo, ¡Sí eso está bien! Estimado lobo, dos puntos. Me llamo Caperucita, quizás tú no hayas oído hablar de mí, pero, te puedo decir que yo sí he oído hablar de ti un millón de veces. Y te puedo asegurar que nunca bien. Pero no te preocupes, yo no suelo hacer caso de lo que dice la gente, hasta que no lo veo con mis ojos.

Bueno, a lo que íbamos, te quiero pedir un favor. Mira, resulta que la semana que viene tengo que ir a casa de mi abuelita. Que no es que no sepa donde vive, pero que como está al otro lado del bosque, pues… ¡Ea! Que no me gustaría tener que ir sola. Y como tú, según tengo oído, conoces bien el bosque. Pues eso, que yo había pensado que me podías acompañar. Y de paso, ya que somos vecinos, pues nos vamos conociendo.

Espero tu respuesta.
Firmado: Caperucita Roja

NARRADOR: Y después de meterla en un sobre y echarla al buzón, pues siguió jugando como siempre en el bosque junto a su casa. Y como todas las cartas, pues la de Caperucita llegó a correos y allí la cogió el cartero para llevarla a su destino.

(Aparece el cartero, asustado, temblando, y mirando para todos los lados)

CARTERO: Me tenía que tocar a Mí, con todos los que estamos en la oficina de correos y me va a tocar a mí. Mira que escribirle una carta al lobo. Esta juventud no está bien, bueno la juventud no sé, pero esta chiquilla desde luego que no. Cómo va a estar bien una niña que siempre lleva una capucha roja, hasta en verano. Seguro que está… Pues yo llego a la cueva y  dejo la carta sin entrar, faltaría más… meterme en la guarida del lobo, ni que estuviera yo también tonto.

(Cuando llega tira la carta dentro y se va corriendo. Al poco aparece el lobo con la carta en la mano)

LOBO: Una carta de Caperucita… A mí,  esto me huele mal, tiene que ser una trampa. Pues no dice que quiere que la acompañe casa de su abuelita. Creo que la carta la ha debido escribir algún cazador de esos que me tienen ganas. Pero… y si ha sido la niña la que me la ha escrito, y si…  es cierto que quiere que la acompañe porque tiene miedo de perderse. La verdad es que tiene razón, nadie conoce el bosque mejor que yo.

Está claro, he de ir, con precaución, no vaya a ser que sea una trampa, pero por si acaso, habré de ir. Mañana me levantaré temprano, me pondré mis mejores ropas e iré, como un buen lobo, a acompañar a Caperucita.

NARRADOR: Y  así fue. Bueno, todo menos lo de levantarse temprano, porque el pobre con los nervios no pudo pegar ojo, y se quedó dormido muy tarde casi a la hora de levantarse.

A partir de aquí, vosotros sois los que debéis continuar la historia.  Y… hay dos posibilidades, mirad:

La primera es que Caperucita cansada de esperar al lobo que no llegaba, se fue sola por el bosque, haciéndose la valiente, pero por supuesto con un poco de miedo hasta casa de su abuelita.

Y como estaba muy enfadada, no se le ocurrió otra cosa que inventarse la historia que nosotros conocemos, esa de un lobo malvado que encierra a la abuelita dentro del armario y espera hasta que llegue Caperucita para comérsela.

La segunda es que cuando Caperucita estaba esperando a que llegase el lobo, vio a un cazador, y le preguntó cómo podía llegar a casa de su abuelita. El lobo que llegó entonces se escondió para que no lo vieran y pensó que Caperucita lo había engañado. Enfadado buscó un atajo y llegó casa de la abuelita antes que Caperucita y… bueno el resto ya lo sabéis.

Bueno, eso es lo que yo creo que pudo pasar, pero por supuesto que como este es un cuento vosotros también podéis inventar un final diferente.


Y COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO DISCLÁSICO SE HA ACABADO

MOTILLA

Este es el texto que presente, creo que en la 2ª edición del concurso de Narrativa Corta El Talayón. Pensaba que lo había perdido, pero hace unos días lo encontré por casualidad, mi madre lo tenía guardado en su casa. No es el original, pues he realizado unas pequeñas correcciones, pero ahí está, para que lo podáis leer.


NOTA ACLARATORIA
Este texto no pretende en ningún momento ser histórico. Es imaginario y surge simplemente por el deseo de creatividad de la persona que lo ha escrito.


MOTILLA

Apretó el paso, estaba oscureciendo, y quería llegar al Santuario antes de que fuera la noche. Cruzó el río, normalmente no llevaba agua, pero era época de lluvias, por lo que un pequeño hilo de agua discurría lentamente por su cauce. Poco después llegó a la pequeña falda del montículo sagrado y comenzó a subir, lo había hecho miles de veces y no necesitaba mirar al suelo para caminar. La pendiente era pronunciada y su avanzada edad y la enorme piel que llevaba para protegerse del frío de la noche le hacían ir más despacio.
Al llegar arriba cansada, agradeció haber tomado la decisión de elegir una sucesora. Muy pronto los dos Dioses del firmamento estarían igualados en poder y sus hijos respectivos el Día y la Noche durarían lo mismo. La nueva estación estaba a punto de comenzar, ya se notaba en la naturaleza, las plantas y los animales también estaban iniciando un nuevo ciclo. Sería el momento elegido para pasar el poder a la mujer que había de sucederla, deseaba agradecérselo a los Dioses.

Comenzó a preparar la leña para la pequeña hoguera que le serviría para realizar la ofrenda. Limpió la gran piedra que servía de altar, y espero que la Madre estuviera en lo más alto del firmamento. La noche era serena y limpia se podían ver las numerosas hijas de la noche, aquellas pequeñas hogueras tan lejanas que no se podía ver su humo. Ella sabía que no eran hogueras, nunca lo dijo, pero estaba segura de que eran Madres Lunas que iluminaban otras tierras como la suya, donde otros hombres y mujeres tendrían su hogar allá en el inmenso espacio.

Cuando hubo preparado todo, se sentó a esperar, junto al árbol que había visto crecer, como se ve crecer a un hijo, pues ella misma lo había plantado. Apoyó la espalda y comenzó a escuchar las voces de la noche, podía distinguir perfectamente el roce de las hojas  sobre su cabeza, de las pisadas de algún animalillo que estuviera cazando o que iba a ser cazado en cualquier momento. Podía saber si el aire de la noche traería lluvias en los próximos días o si por el contrario el viento seco haría que los frutos de la temporada maduraran más deprisa. No en vano, su misión era conocer la naturaleza y sus secretos, para poder ayudar a su pueblo.

Llevaba un rato observando el valle desde el pequeño montículo, los árboles junto al cauce del río hacían oscurecer el suelo donde proyectaban su sombra. De vez en cuando podía observar, allí abajo, como algún animal se acercaba a beber en la pequeña corriente, y a lo lejos los bosques donde cazaban y recogían madera para sus fuegos. Volvió a mirar aquel pequeño cauce que reflejaba la imagen de la Madre Luna en sus remansos, convirtiéndose en un camino de muchas pequeñas madres lunas. Aquel río que tantas veces había cruzado y del que tantas veces utilizó el agua para sus medicinas y sus bebidas de sacrificio, que sin apenas llevar agua había formado parte de la historia de su pueblo desde  los tiempos más remotos, cuando sus antepasados vivían en el cerro que se divisaba hacia la salida del Padre.

Se tapó un poco más con la piel y volvió la cabeza hacia el poblado, todo estaba ya en silencio, si acaso algún animal de los que vivían con ellos se escuchaba de vez en cuando y recordó, aquel que de joven le había acompañado tantas veces al Santuario, aquel que había dado la vida por ella defendiéndola hasta la muerte, y que ahora yacía bajo el árbol en el que estaba apoyada. Recordó los ojos del animal, y una lágrima inundó los suyos. Desde su muerte ya no volvió a tener ningún otro animal junto a ella.

La madre había recorrido ya la mitad del camino, se dispuso a hacer sus oraciones y sacrificios, saco el brebaje de la ceremonia y encendió la pequeña hoguera, notó como los pajarillos dormidos en las ramas del árbol se alborotaban con la luz del fuego, y continuó con su ritual. Invocó a los espíritus de sus antepasados por haberle ayudado cuando lo necesitó y agradeció que le hubieran guiado en su elección, les pidió que no la olvidaran en la nueva etapa que comenzaría dentro de poco tiempo y que ayudaran a la nueva guía del poblado. Agradeció también al Padre Sol y a la Madre Tierra los alimentos que les proporcionaban, el agua, sus animales y sus cultivos.

Acabó la ceremonia de agradecimiento, pero en lugar de marcharse se volvió a sentar apoyada en el tronco del árbol, llevaba allí un buen rato cuando los recuerdos comenzaron a llenar su mente. Recordaba como un buen día decidió dejar el antiguo poblado allá en lo alto para bajar al valle. Fue una decisión difícil, tardo mucho tiempo en llevarla a cabo, pero al fin convenció a su pueblo para hacerlo. Al principio fue muy duro, no todos veían con buenos ojos esa decisión, hubo varias muertes y algunos se marcharon buscando un sitio mejor, la tribu no subsistiría en aquellas condiciones, cada vez eran menos individuos, y todavía no habían logrado instalarse totalmente en el lugar.

En ese momento una sensación fría le recorrió todo el cuerpo, qué habría sido de su pueblo si aquella noche, ya lejana en los tiempos no hubiera ido hasta el río, qué le llevó a cruzar al otro lado. Había intentado tantas veces hablar con sus antepasados para que le explicaran que había hecho mal, para que su pueblo cada vez fuera más pobre y más débil. Aquella noche lejana recordaba haber mirado con añoranza hacia el Antiguo Territorio, se podía ver perfectamente recortado en el horizonte, redondo como el vientre de la madre que espera un hijo. Allí habían quedado los restos de sus antepasados, y ella los había abandonado. Estaba tan absorta en estos pensamientos que se había quedado dormida, en un sueño inquieto. Despertó sin recordar nada, y vio que sus manos estaban manchadas de algo raro y endurecido, miró a su alrededor y a su lado había un abultamiento en el suelo, era un pequeño montículo de barro, se podía ver los trozos de los dedos que lo habían moldeado. Miró hacia la salida del Padre, el montículo se parecía al cerro del antiguo poblado, pero era más perfecto, suave, redondo, como el vientre de una mujer embarazada, y junto a él había trazado un surco. Entonces lo comprendió, el surco era el riachuelo y lo que había moldeado un monte que se semejaba al cerro donde su tribu había vivido hasta que se trasladaron. Había tenido una visión, debían construir un montículo y convertido en lugar de culto, en Santuario, donde su pueblo acudiría a pedir consejo a los Dioses y donde guardar los restos de sus antepasados.

Todo cambió a partir de aquella noche tan lejana. Al día siguiente, reunió a todos los individuos del poblado en aquel lugar, realizó el primer sacrificio y les explicó lo ocurrido, como los dioses durante su sueño, le habían indicado que debía hacer. Desde aquel mismo momento comenzó a trazar el perímetro que tendría el montículo. Una vez marcado ordenó a los hombres que hicieran un círculo de tierra de la altura de un hombre.

Ella junto con las mujeres jóvenes de la tribu, inició el camino hacia el antiguo poblado. Allí habían dejado los restos  de sus antepasados, que desde el comienzo de la tribu, iban colocando en  vasijas de barro, en el interior de la cueva sagrada. Pero ahora pensaban que no debían haberlos abandonado, y decidieron traerlos para colocarlos en el centro del círculo que se estaba construyendo. Después irían levantando el montículo hasta que tuviera las mismas proporciones del que ella había trazado en sueños.

Durante mucho tiempo estuvieron trabajando sin descanso. Construyeron círculos concéntricos de barro, donde fueron colocando las vasijas funerarias, para taparlas posteriormente. Una vez que estaba rellena la primera base fueron añadiendo una capa tras otra. Cuando terminaron, todo el poblado estaba satisfecho de su trabajo. A partir de entonces, ya no hubo más abandonos por parte de ningún miembro, y los dioses parecían estar de acuerdo, las muertes descendieron. El poblado comenzó a crecer y crecer.

Desde aquello había pasado mucho tiempo, ahora su cuerpo estaba viejo y su cabello blanco, para ella pronto llegaría el momento de abandonar la Madre Tierra y reunirse con sus antepasados, pero su pueblo no la olvidaría en muchos años, pues había sido capaz de encontrar un nuevo lugar donde vivir, y habían construido un hermosos Santuario donde celebrar todos los acontecimientos importantes en el devenir de los días de la tribu.

Hacia la salida del Padre, comenzaba a clarear, pronto su luz inundaría todos los campos, era el momento de volver a casa, recogió su hatillo e inició la bajada por la ladera. A pesar de haber pasado casi toda la noche en vela se sentía bien. Aquellos recuerdos siempre le hacían sentirse feliz. Cruzó el río y se volvió para mirar hacia el montículo, la luz del alba hacía perfectamente visible la silueta. Le seguía pareciendo el vientre de la mujer que va a ser madre. Ella no había tenido hijos pero pensó en todos aquellos niños y niñas de la tribu, a los que había presentado a la Diosa Madre en el santuario. Sabía que su pueblo seguiría creciendo cuando ella ya no estuviera allí. Aquello le llenó de gozo.

No mucho tiempo después la guía espiritual del poblado dejó la Madre Tierra y se marchó al mundo de los espíritus que viven en los recuerdos y en los corazones de los vivos. Su sucesora decidió que para honrarla, nadie más debía ser enterrado en la tumba sagrada, que a pesar de seguir rigiendo los acontecimientos de la tribu ya no fue utilizada como lugar de enterramiento.   

Y aun hoy cuando ya nadie la recuerda, su espíritu todavía está presente, pues aquel pequeño montículo junto al río, sigue siendo un lugar Sagrado. Y el poblado, cuyo nombre original nadie conoce, pues se perdió en la memoria de los que contaban las historias, hoy que todo se deja escrito se llama Motilla del Palancar, Motilla, que  significa pequeña elevación en terreno llano.