ALGÚN DÍA LO MATARÉ

 

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—Algún día lo mataré.

—¿Qué?

—Se que lo has oído perfectamente. Pero te lo voy a repetir. Algún día lo mataré.

—Tú no eres capaz de matar ni una mosca.

—¿Y tú sí?

—Claro que sí. Yo maté al gato.

—El gato. No me hagas reír. El gato estaba medio muerto.

—Pero tú ni siquiera te atreviste a coger la piedra.

—Era un pobre animal.

—¡Ves! siempre has sido un flojo. Era un animal enfermo y ni te atreviste a evitar que sufriera.

—Ahora es distinto y lo haré.

—Nunca hacías nada. Siempre esperabas a que lo hicieran primero los otros. Si nos lanzábamos al agua, tú esperabas que todos estuvieran dentro.

—Nunca me ha gustado el agua.

—Si había que saltar una valla, tú eras el último.

—Me quedaba vigilando.

—Sí, hasta que los demás volvían de regreso. Si saltaste alguna vez, fue porque yo te animaba.

—Pero ahora es distinto. Estoy harto, y lo haré. Lo tengo todo planeado.

—Sí, eso no lo dudo. Pero no te atreverás. Como siempre, en el último momento te volverás atrás.

—¿Y tú qué sabes?

—Porque te conozco. Son muchos años juntos. Te volverás atrás, y tendré que hacerlo yo.

—¡Y qué más da! Acaso no somos el mismo...

—Sí, somos el mismo, pero tú nunca te arriesgas. Cuando hay peligro, sangre como en este caso, tú no harás nada y me tocará hacerlo a mí.

—¡Bien! ¡Vale! Pero el resultado será que él estará muerto.


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