ENCUENTRO EN EL BOSQUE


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Estoy seguro de que muchos de vosotros no me creeréis. A mí, me pasaría lo mismo, no os lo voy a reprochar. Yo todavía lo dudo a veces, pero entonces vuelvo al lugar para estar seguro de que por más que sea inverosímil, fue cierto. Quizás, a alguno también os haya pasado algo parecido, y entonces, a pesar de no haberlo entendido, tendréis la certeza de que ocurrió.

Aquel día, yo estaba harto de estar en casa encerrado. Tele, sofá, nevera, sofá tele… sin pensarlo, dejé el teléfono y las llaves del coche sobre la mesa, y sin más salí por la puerta decidido a pasar tarde en el campo. Había hecho el mismo recorrido muchas veces cuando todavía era un chaval, pero ahora aquellos caminos me parecían más estrechos, los ribazos menos pronunciados, y por supuesto el trayecto más agotador. Al llegar a la sierra, dejé el camino y me adentré en el cauce del río seco. Era el trayecto más corto para llegar hasta la ladera donde se encontraba la cueva.

Nunca sabré porque decidí ir aquel lugar, tal vez fuera el propio destino el que me llevara hasta allí. Al llegar noté que las matas de carrasca eran mucho más abundantes y frondosas que antaño. Comencé a ascender y noté en las piernas el cansancio y la inseguridad que dan los años. De niño, nunca temí poner el pie en un lugar u otro, solo pensaba en alcanzar la  entrada de la cueva. Antes de entrar, decidí esperar a recuperar el resuello y descansar. Dentro el frescor me enfriaría demasiado deprisa el sudor de la subida, y me daba miedo resfriarme.

La oquedad apenas había cambiado, si noté que las dimensiones me resultaban más pequeñas. Había algunos restos de visitantes descuidados, y lamenté la poca consideración que algunas personas tienen hacia estos lugares. Después de dirigir la mirada a cada rincón del habitáculo lo abandoné y proseguí el ascenso hacia la cima del cerro.

Tuve que volver a descansar al llegar a lo más alto, y busqué una buena mojonera para hacerlo. Desde mi posición elevada, fui observando toda la extensión de terreno ante mí. A pesar de parecer que estaba justo delante, sabía que salvo a mi espalda, si quería caminar por aquellos parajes cubiertos de matorrales y algún que otro pino, primero tendría que salvar el desnivel encajonado del río. He dicho río, pero todos sabemos que casi nunca lleva agua. Y que cuando la lleva es porque, una tormenta pasajera está descargando las nubes sobre él.

Allí sentando, me sentí incómodo por primera vez. Quizás, hubiera notado algo durante la subida, pero pensé que era el cansancio. Abandoné el lugar con aquella sensación desagradable, y comencé a desplazarme a lo largo de la ladera  para buscar la única salida natural del cerro. Contrariamente a lo que hubiera sido lógico, continué hacia el norte, el camino de regreso sería cada vez más largo.

La extraña sensación no desaparecía, más bien iba en aumento, pero yo seguía impasible adentrándome en el bosque. Fue después de un buen trecho, cuando escuche el sonido  común de un ave, elevé la vista para localizarla, sin disminuir el paso. Noté un tirón en el pie, y un grito salió de mi garganta. El mundo a mi alrededor comenzó a dar la vuelta, y mi cabeza golpeó contra el suelo. Poco a poco me fui apoyando en el tronco de un árbol. Mi pie se había trabado en una raíz, pero no me dolía; sin embargo, la mejilla derecha me quemaba, con cuidado acerqué mi mano, e inmediatamente, noté la humedad de la sangre. Saqué el pañuelo del bolsillo y presioné la herida para evitar que continuara sangrando. Decidí tomarme mi tiempo y me quedé recostado sobre el tronco de un árbol. El dolor sobre mi rostro, me hizo recapacitar sobre lo que hubiera pasado si me hubiera golpeado más fuerte o de otra forma.

Al cabo de unos minutos, cuando me encontré más relajado, me levanté y reanudé mi camino. Ahora, procuraba no levantar demasiado la vista del suelo. De nuevo una sensación extraña volvió a incomodarme. Paré y giré sobre mí mismo, el ambiente había enrarecido, los sonidos, el aroma… antes familiares, ahora me resultaban lejanos, desconocidos. Con aquella sensación de desconcierto continué caminando. Fue entonces, cuando ante mis ojos apareció algo inexplicable, que me hizo parar bruscamente. Luego noté un ligero escozor en el pecho. Aquello era un sin sentido, ante mí había una persona vestida de pieles de pies a cabeza, que me amenazaba empuñando su lanza contra mi pecho. Me quedé paralizado, pero al dirigir mi mirada hacia aquel individuo, también descubrí miedo en su rostro. Como si sus ojos no comprendieran tampoco lo que veía. Poco a poco su arma fue disminuyendo la presión. La mano que tenía libre se dirigió a mi mejilla y tocó mi herida, luego la dirigió a la suya. Él, también tenía un fuerte golpe que todavía sangraba levemente. Pero aquello no fue lo que más llamó mi atención. Si no hubiera sido por la suciedad que aquel hombre llevaba en su barba, yo hubiera pensado que su rostro era el que mi espejo reflejaba unos días antes, cuando yo todavía conservaba la mía. Después de unos segundos, el individuo meneó la cabeza y giró sobre sí mismo alejándose. Yo seguí sin moverme hasta que desapareció entre la vegetación.

Sí, ya sé que parece ilógico, y pensé que aquello era producto del golpe, hasta que llegué a casa y comencé a limpiarme la herida de la cara, entonces lo tuve claro. No sé cómo ni por qué, pero aquel día tuve delante y a punto de matarme, a mí mismo, solo que en otra dimensión, en otro tiempo. Pensaréis que estoy loco, que soy un farsante, me da igual, no necesito que nadie de por cierta mi historia. Yo, cuando me asaltan las dudas, vuelvo a aquel lugar, y para asegurarme, paso mi dedo por la pequeña cicatriz que su arma dejó en la piel de mi pecho.

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