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Imagen obtenida de https://www.freejpg.com.ar/ |
Estoy seguro de que muchos de vosotros no me creeréis. A mí, me pasaría lo mismo, no os lo voy a reprochar. Yo todavía lo dudo a veces, pero entonces vuelvo al lugar para estar seguro de que por más que sea inverosímil, fue cierto. Quizás, a alguno también os haya pasado algo parecido, y entonces, a pesar de no haberlo entendido, tendréis la certeza de que ocurrió.
Aquel
día, yo estaba harto de estar en casa encerrado. Tele, sofá, nevera, sofá tele…
sin pensarlo, dejé el teléfono y las llaves del coche sobre la mesa, y sin más
salí por la puerta decidido a pasar tarde en el campo. Había hecho el mismo
recorrido muchas veces cuando todavía era un chaval, pero ahora aquellos caminos
me parecían más estrechos, los ribazos menos pronunciados, y por supuesto el
trayecto más agotador. Al llegar a la sierra, dejé el camino y me adentré en el
cauce del río seco. Era el trayecto más corto para llegar hasta la ladera donde
se encontraba la cueva.
Nunca
sabré porque decidí ir aquel lugar, tal vez fuera el propio destino el que me
llevara hasta allí. Al llegar noté que las matas de carrasca eran mucho más
abundantes y frondosas que antaño. Comencé a ascender y noté en las piernas el
cansancio y la inseguridad que dan los años. De niño, nunca temí poner el pie
en un lugar u otro, solo pensaba en alcanzar la
entrada de la cueva. Antes de entrar, decidí esperar a recuperar el
resuello y descansar. Dentro el frescor me enfriaría demasiado deprisa el sudor
de la subida, y me daba miedo resfriarme.
La
oquedad apenas había cambiado, si noté que las dimensiones me resultaban más
pequeñas. Había algunos restos de visitantes descuidados, y lamenté la poca
consideración que algunas personas tienen hacia estos lugares. Después de
dirigir la mirada a cada rincón del habitáculo lo abandoné y proseguí el
ascenso hacia la cima del cerro.
Tuve
que volver a descansar al llegar a lo más alto, y busqué una buena mojonera
para hacerlo. Desde mi posición elevada, fui observando toda la extensión de
terreno ante mí. A pesar de parecer que estaba justo delante, sabía que salvo a
mi espalda, si quería caminar por aquellos parajes cubiertos de matorrales y
algún que otro pino, primero tendría que salvar el desnivel encajonado del río.
He dicho río, pero todos sabemos que casi nunca lleva agua. Y que cuando la
lleva es porque, una tormenta pasajera está descargando las nubes sobre él.
Allí
sentando, me sentí incómodo por primera vez. Quizás, hubiera notado algo
durante la subida, pero pensé que era el cansancio. Abandoné el lugar con
aquella sensación desagradable, y comencé a desplazarme a lo largo de la
ladera para buscar la única salida
natural del cerro. Contrariamente a lo que hubiera sido lógico, continué hacia
el norte, el camino de regreso sería cada vez más largo.
La
extraña sensación no desaparecía, más bien iba en aumento, pero yo seguía
impasible adentrándome en el bosque. Fue después de un buen trecho, cuando
escuche el sonido común de un ave, elevé
la vista para localizarla, sin disminuir el paso. Noté un tirón en el pie, y un
grito salió de mi garganta. El mundo a mi alrededor comenzó a dar la vuelta, y
mi cabeza golpeó contra el suelo. Poco
a poco me fui apoyando en el tronco de un árbol. Mi pie se había trabado en una
raíz, pero no me dolía; sin embargo, la mejilla derecha me quemaba, con cuidado
acerqué mi mano, e inmediatamente, noté la humedad de la sangre. Saqué el
pañuelo del bolsillo y presioné la herida para evitar que continuara sangrando.
Decidí tomarme mi tiempo y me quedé recostado sobre el tronco de un árbol. El
dolor sobre mi rostro, me hizo recapacitar sobre lo que hubiera pasado si me
hubiera golpeado más fuerte o de otra forma.
Al
cabo de unos minutos, cuando me encontré más relajado, me levanté y reanudé mi
camino. Ahora, procuraba no levantar demasiado la vista del suelo. De nuevo una
sensación extraña volvió a incomodarme. Paré y giré sobre mí mismo, el ambiente
había enrarecido, los sonidos, el aroma… antes familiares, ahora me resultaban
lejanos, desconocidos. Con aquella sensación de desconcierto continué
caminando. Fue entonces, cuando ante mis ojos apareció algo inexplicable, que
me hizo parar bruscamente. Luego noté un ligero escozor en el pecho. Aquello
era un sin sentido, ante mí había una persona vestida de pieles de pies a
cabeza, que me amenazaba empuñando su lanza contra mi pecho. Me quedé
paralizado, pero al dirigir mi mirada hacia aquel individuo, también descubrí
miedo en su rostro. Como si sus ojos no comprendieran tampoco lo que veía. Poco
a poco su arma fue disminuyendo la presión. La mano que tenía libre se dirigió
a mi mejilla y tocó mi herida, luego la dirigió a la suya. Él, también tenía un
fuerte golpe que todavía sangraba levemente. Pero aquello no fue lo que más
llamó mi atención. Si no hubiera sido por la suciedad que aquel hombre llevaba
en su barba, yo hubiera pensado que su rostro era el que mi espejo reflejaba
unos días antes, cuando yo todavía conservaba la mía. Después de unos segundos,
el individuo meneó la cabeza y giró sobre sí mismo alejándose. Yo seguí sin
moverme hasta que desapareció entre la vegetación.
Sí,
ya sé que parece ilógico, y pensé que aquello era producto del golpe, hasta que
llegué a casa y comencé a limpiarme la herida de la cara, entonces lo tuve
claro. No sé cómo ni por qué, pero aquel día tuve delante y a punto de matarme,
a mí mismo, solo que en otra dimensión, en otro tiempo. Pensaréis que estoy
loco, que soy un farsante, me da igual, no necesito que nadie de por cierta mi
historia. Yo, cuando me asaltan las dudas, vuelvo a aquel lugar, y para asegurarme,
paso mi dedo por la pequeña cicatriz que su arma dejó en la piel de mi pecho.
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