CORREVIENTOS

 Juan Antonio era un hombre de mi pueblo, de esos especiales que hay en los pueblos, o mejor dicho que había. Su historia está ya casi olvidada, ya ni siquiera la cuentan los más mayores, los nietos de los nietos de aquellos que le conocieron. A mí me la contó, cuando era todavía un niño, mi abuela que murió cuando yo todavía no había dejado de ser un niño. Y, según me dijo, a ella se la contó su abuelo, también cuando era niña.

Juan Antonio, CORREVIENTOS, porque Juan Antonio, era conocido como "Correvientos", seguro que de niño tenía otro mote, el de su padre, o quizás el de su madre, eso nunca lo sabremos, pero por esas cosas de ser diferentes, pues perdió su paternidad de apodo y se convirtió en "Correvientos". Bueno más que correrlos, los caminaba. Si ese era, no su trabajo no. Ahora que pienso, nunca llegué a saber en que trabajaba el Correvientos. Supongo que sería campesino, como la mayoría de la gente hace tantos años en mi pueblo. Claro que a lo mejor era el señorito, y por eso se dedicaba a lo que se dedicaba.

Ya, ya sé que todavía no lo he dicho, pero como era obvio. Se dedicaba a caminar en la misma dirección que el viento. Si, es extraño verdad, pero así era. O os pensáis que, si no fuera por algo especial, le hubieran cambiado el mote, así como así.

Sí, así era, Juan Antonio, Correvientos, se dedicaba a caminar en la misma dirección que el viento. Nadie sabe cómo, pero parece que tenía un sexto sentido. O sea, que sabía cuándo iba a comenzar a soplar un viento, en una dirección o en otra. Y así, cuando se cruzaba con alguien en la calle, el otro le preguntaba:

 - ¿Qué de paseo?

 y él sin dejar de caminar contestaba:

- No, a esperar el Solano.

El Solano es un viento que sopla de vez en cuando en mi pueblo, supongo que en otros pueblos también, pero no sé si se llamara igual. Otras veces, decía que iba a esperar al Cierzo, o al Poniente, o al viento que él sabía que venía de camino.

Y al poco rato ya fuera de buena mañana, al mediodía, por la tarde o por la noche. Que al Correvientos igual le daba la hora o el tiempo, pues lo hacía en cualquier época del año, aunque como todos sabemos los vientos no suelen ser tan raros y suelen darse por épocas o momentos. Pero allá estaba él, con su hatillo, en la plaza del pueblo, esperando al viento concreto, que aparecería más bien pronto que tarde, para caminar en la misma dirección.

Dicen que a veces lo caminaba durante horas, a veces durante días y que alguna que otras veces eran semanas. Y cuando fuera que el notaba que el viento había parado él, con su hatillo al hombro, se volvía al pueblo. Y así, había veces que justo al llegar al pueblo tenía que volver a salir a caminar el viento como él decía. Bueno decía y hacía, aunque el resto de los mortales, al menos los mortales de mi pueblo no lo entendieran. 

Correvientos, no solo se hizo famoso en mi pueblo, claro está también era conocido en los pueblos de los alrededores, pues no una sino muchas veces, pasó de largo por los mismo, no solo cuando seguía el camino del viento, sino también cuando regresaba de seguirlo. E incluso como es normal, en muchas ocasiones coincidió con algún viajero, ya fuera del lugar que iba a su faena en el campo como con algún otro que iba más lejos, algo menos usual en aquellos tiempos, y con los que estableció conversación. Claro está que lo normal es que, cuando les contaba lo que hacía desconfiaban de él, más por el motivo que por su presencia, y antes que después aceleraban o aflojaban el paso con alguna escusa y lo dejaban solo en sus andares.

Esto me lo contaba a mí, mi abuela, y también me contó que un buen día y quizás demasiado tarde alguien le echó de menos, y preguntando aquí y allá, en la plaza y alrededores, pues tampoco es que mi pueblo fuera muy grande por aquel entonces, y además todos se conocían, y como no, más aún, siendo Correvientos. El caso es que después de haberse preguntado varias veces todos los del pueblo llegaron a la certeza de que llevaban varios días, o semanas, bueno en eso nunca llegaron a estar de acuerdo, solo que llevaban bastante tiempo sin verlo.

Y como en estos casos, primero decidieron llamar a la puerta, la puerta como siempre estaba cerrada, pues el Correvientos, sabía cuándo iba a pasar por mi pueblo el Solano, el Poniente, el del Norte, o el viento que fuera, pero lo que no sabía era cuando iba a dejarle volver a casa. Pues cerraba la puerta, más por no sé qué, que por desconfianza, pues en mi pueblo rara vez en aquellos tiempos se cerraban las puertas. Después y como en procesión, claro está, pues algo así no podía hacerlo uno solo, ni dos, ni unos pocos, algo así, tenían que hacerlo todo el pueblo, decidieron dar aviso a la Autoridad. Y allá se fueron, su primo, su amigo, la que fuera su novia, su vecina de un lado y la del otro, y como no el resto del pueblo. La Autoridad, creyó que llegaba otro día glorioso, pero al final solo era el pueblo entero que venía a comunicar que Correvientos no había vuelto desde el último viaje. Y la Autoridad, una vez informada como es normal, dio por cierto aquello que todo el pueblo sabía.

Y ahí, es donde comenzaron las especulaciones: que si Correvientos había encontrado un lugar mejor, que se había encontrado una moza que lo comprendía, que si seguía caminando porque el viento no había parado. Y hasta alguien llegó a decir que si Correvientos en su tesón por continuar el camino iniciado habría subido a un barco de un salto y habría llegado al otro lado del mar. Y hasta uno muy negado que dijo que no que al llegar a la playa siguió andando, pues el viento no había amainado, y sin remedio se ahogó porque claro está, mi pueblo es de tierra adentro y por supuesto, allí ni Correvientos ni nadie sabía nadar. Ves esto ahora no pasaría, pues en mi pueblo ya tenemos piscina y hasta los niños pequeños aprenden a nadar bien temprano.

Bueno continuando con Correvientos, lo que está claro es que nadie nunca supo cierto como había terminado sus días, con lo cual aquí se acaba la historia.


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