SIN RECUERDOS

 

Imagen de Tumisu en Pixabay

¿Qué hago aquí? Detenido.  Mis pies inmóviles, los brazos caídos. Miro a ambos lados y la gente camina ensimismada, concentrada en sus propios pensamientos, en sus conversaciones telefónicas. No sé cuánto tiempo llevo parado. Intento, de forma infructuosa, saber de dónde vengo, a dónde voy. Mi instinto me dice que debo continuar, que es peligroso seguir aquí estancado, y giro la cabeza buscando un punto determinado hacia dónde dirigirme. En las proximidades, veo un paso de peatones. Me dirijo hasta él. La gente comienza a cruzar, y yo sigo sus pasos. Levanto la cabeza y observando sus espaldas, intuyo que tienen una meta clara, sus trabajos, sus casas, el lugar de encuentro con sus amantes. La duda me invade de nuevo y me detengo, giro, he de volver. Algunas personas me miran extrañadas sin detenerse.

Vuelvo al punto donde estaba detenido. En mi cabeza ha surgido una idea, tal vez recorriendo el camino en sentido contrario pueda recordar de dónde vengo. Camino observando cada detalle: comercios, portales, cada calle que surge en el camino. Nada me ayuda, nada me trae recuerdos pasados. Vuelvo a detenerme. Otra duda, ¿y si he cogido la dirección contraria? ¿Y si fui consciente de mi parada justo después de girar? La duda me ha hecho volver sobre mis pasos.

Estoy otra vez en el punto de partida. Los mismos escaparates, portales, entradas a garajes que nada me dicen. Busco en los rostros, casi siempre esquivos, una sonrisa, un saludo que no encuentro, y una angustia que no tenía, comienza a apoderarse de mí. Una parada de autobús llama mi atención. Me acerco. Con ánimo renovado, comienzo a leer las paradas de cada línea. Poco a poco la frustración vuelve sobre mí, impotente caigo rendido en el banco que hay bajo la marquesina. Cierro los ojos y apoyo los antebrazos en las piernas.

Un fuerte ruido me sobresalta y me hace abrir los ojos. Ante mí aparece la publicidad que cubre el lateral del autobús, es una imagen que he visto cientos de veces. Miro hacia la parte delantera del vehículo, el número 7 me indica que es el que yo he de coger. Me apresuro a tomarlo. El conductor me saluda mientras yo busco el abono en el bolsillo de la camisa. Sentado junto a la ventanilla, el corazón poco a poco va relajando su latido enloquecido, y yo, maldigo haberme quedado de nuevo, dormido en la parada del autobús.


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