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La segunda la encontró entre las páginas del libro que había
encima de la mesita. Era un libro que su marido, a menudo, volvía a releer. El
mismo tipo de papel, la misma letra, otra frase diferente: «Tu presencia me
llena de vida». Con los puños apretados, gritó con todas sus fuerzas.
Con los ojos anegados de lágrimas y agotada, se sentó en la
cama. Junto a ella había cinco notas desdobladas. Se sentía engañada,
humillada, rota. Su matrimonio al igual que el de varias de sus amigas, había
terminado siendo una farsa.
Abstraída en sus pensamientos, ni siquiera oyó que su marido
acababa de llegar. Cuando él abrió la puerta, ella seguía sentada en la cama.
El desorden de la habitación lo dejó paralizado unos segundos antes de entrar.
Poco a poco se fue acercando a ella. Se agachó, y sacando un pañuelo, le secó
las lágrimas. Ella, lo miró de forma extraña ¿Quién eres? No te conozco.
—fueron sus únicas palabras. Él, le ayudó a levantarse, y abrazándola la besó
delicadamente en la frente.
—Bajemos al comedor —dijo él guiándola del brazo.
Él, antes de cerrar la puerta de la habitación, miró de nuevo
aquellas notas sobre la cama. Pensó, como otras veces, que debería deshacerse
de ellas, pero inmediatamente desechó la idea. Quizás, algún día, ella, en esos
momentos de lucidez, también reconocería su letra.
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