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Se encontraba leyendo tranquilamente en el sofá, cuando sonó el timbre de
la puerta. No esperaba a nadie en concreto, y supuso que sería algún vendedor
de cualquier cosa. Al abrir la puerta quedó sorprendida. ¿Qué hacía aquel
hombre allí? Sí, llevaba casi veinte años sin verle, pero le reconoció
inmediatamente. Iba a cerrar la puerta, pero él junto las manos delante de su
pecho y le pidió que por favor no lo hiciera.
- No tengo nada que ver contigo –fue su seca respuesta.
- Sé que es duro para ti –fueron las palabras de él.
- ¡Duro! Te marchaste cuando apenas tenía ocho años. Dejaste a mamá y a mí
abandonadas. Sin padre, sin marido. ¿Sabes lo duro que fue?
- Lo siento. De verdad que lo siento –dijo bajando la cabeza avergonzado.
- No me hagas reír. Ella me mentía intentando que yo no sufriera. Pero yo
era demasiado mayor para las mentiras y demasiado niña para ver que mi padre no volvía.
Él levantó de nuevo la vista. Sus ojos, vidriosos, la miraron con dulzura. Poco
a poco comenzó a girar. Entonces se fue sin luchar y ahora volvería a hacerlo.
- Solo el “tío Toni” fue capaz de hacernos salir de aquel pozo en el que tú
nos metiste –dijo ella casi gritando cuando él bajaba los escalones de la
entrada.
Aquel cerdo, no solo le había quitado a su mujer, también le había robado
el amor de su hija. No, no podía marcharse otra vez como un cobarde. Se giró sin
acercarse.
- Él y tu madre tenían una aventura. Yo no quería marcharme. Lo hice por
ti. Para evitarte las peleas, la vergüenza… Sé que sufriste mucho. Pero... cuánto daño
te habría hecho si lo hubiera destapado. Preferí callar, y pagué un alto precio
por ello. El precio de no verte, de que me odiaras. Lo siento –fueron otra vez
sus palabras antes de volverse de nuevo.
- Papá espera –dijo ella bajando los escalones y abrazando a su padre con
lágrimas en los ojos.
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