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Nik Wallenda de la página www.nacion.com |
Alzó los brazos hacia arriba, y luego los colocó en la
cintura contorsionándose para estirar también los músculos del torso. Después
miró al otro extremo del cable, eran cien metros a unos treinta de altura. No,
no era miedo, simplemente era cálculo, velocidad del viento y dirección. En
definitiva, concentración lo que ocupaba sus pensamientos en ese momento.
Fijó un poco más allá la mirada, y la encontró entre los
espectadores del otro lado del precipicio. Su larga y rubia melena destacaba
entre el resto de los asistentes. Recordó sus últimas palabras, justo antes de
separarse: “te premiaré con un beso cuando llegues”.
La había conocido apenas unas horas antes en la terraza
de un bar mientras tomaba un refresco. Él se la quedó mirando y ella le sonrió,
se levantó y vino a su mesa. “Te puedo
pedir un autógrafo” fueron sus palabras. Él la invitó a sentarse, y a
partir de ahí fueron dos horas de animada conversación y risas. Después, antes
de despedirse, la invitó al evento. Ella aceptó sin dudarlo, y allí estaba al
otro lado de su reto.
Como siempre, y de forma casi imperceptible, miró hacia
arriba y extendió los brazos. El murmullo al otro lado cesó de inmediato, y él
comenzó su travesía. Lentamente, paso a paso, concentrado en cada movimiento
fue avanzando sobre aquel delgado camino. Todo, el viento, el tiempo, incluso
los leves sonidos del ambiente habían pasado a un segundo plano. Su mente solo
prestaba atención a la presión de sus pies sobre la fina línea que le mantenía
en el aire.
Había recorrido aproximadamente la mitad del camino
cuando recordó su bonita sonrisa, sus hermosos labios, aquellos que le
premiarían al final del camino. Levantó la mirada y la buscó entre el público. Un
escalofrío recorrió todo su cuerpo. La larga melena estaba cubierta con una
negra capucha, su rostro mostraba una sonrisa siniestra. Sobre su cabeza
sobresalía el brillo metálico de una guadaña.