Allí estaba el lobo, escondido entre
los árboles, observando como aquellos tres cerditos construían sus casas, lo
que no entendía era por qué cada uno la estaba haciendo en un lugar, si los
tres habían llegado juntos al bosque. Y tampoco entendía por qué la estaban
haciendo de un material distinto.
Era una lástima que tuviera aquel
empacho tan grande, pero desde el día que se comió a los siete cabritillos,
bueno… seis, uno se le había escapado; ya no tenía hambre, y además la barriga
le pesaba enormemente. Pero era cuestión de tiempo que el hambre volviera, y
entonces aquellos cerditos irían cayendo uno a uno.
Así el pobre lobo siguió vigilando
durante muchos días, esperando que la
barriga se le deshinchara. Mientras tanto los cerditos fueron acabando sus
respectivas casas, aunque claro está, el mayor tardó más puesto que la estaba
haciendo de cemento y ladrillos.
¿Y qué pasó después?
Pues que una noche de viento, que el
lobo estaba vigilando la casa de paja del más pequeño, una ráfaga de viento muy
fuerte destrozó la casa, justo cuando el lobo aulló por el dolor de tripa que
tenía. El pequeño cerdito, al escuchar el aullido y ver que la casa salía
volando, pensó que habías sido el lobo que había soplado que la había
destrozado.
Corriendo y asustado el cerdito llegó
a la puerta de casa de su hermano y justo cuando iba a llamar a la puerta,
tropezó y… ¡zas! Chocó contra la casa. Esta, que no era muy resistente, pues el
cerdito mediano la hizo muy deprisa para poder irse a jugar, comenzó a
deshacerse.
- ¿Qué pasa es un terremoto?
–preguntó el cerdito mediano.
- ¡El lobo! ¡Qué viene el lobo! –dijo
el pequeño.
Y asustados, los dos salieron
corriendo para refugiarse casa de su hermano mayor. Al llegar le contaron todo
a su hermano y esperaron que llegara el lobo. Y… llegó, el pobre lobo llegó,
pero ya no quería comerse a los cerditos. No, solo quería que alguien le
ayudara con su terrible dolor de barriga. Y como no conocía a nadie más en el
bosque, pues se puso a aullar y llamar a casa del cerdito, pero los cerditos
asustados no le abrieron. El pobre intentó llamar por las ventanas, pero nada,
y hasta intentó subir al tejado para gritar por la chimenea, pero no pudo, le
pesaba demasiado la barriga.
Así que cansado y con muchísimo dolor
se fue a su cueva. Allí, se dio cuenta de que debajo de su largo pelo tenía una
gran costura.
- Será por eso que me duele tanto la
tripa –pensó. Y con mucho cuidado comenzó a estirar del hilo, poco a poco su
barriga fue abriéndose y descubrió que lo que tenía dentro no eran los
cabritillos, sino piedras… ¡Un montón de piedras! Como pudo las fue sacando y
después se volvió a coser la barriga. Entonces decidió que nunca más volvería a
comer nada que tuviera patas, como cerditos, cabritillos, gallinas, nada…
- A partir de ahora –dijo –seré vegetariano,
comeré lechuga, espinacas, zanahorias, fruta… lo que sea menos carne, que luego
se convierte en piedras.
Y así es como los cerditos pensaron
que el lobo iba a comérselos, pero en realidad solo quería que le ayudaran con
su dolor, y…
COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO SE HA
ACABADO
No hay comentarios:
Publicar un comentario