NOCHE DE PERSEIDAS


Otra vez mitad de agosto, otra vez un cielo limpio, lleno de estrellas inmóviles y titilantes. Otra noche de Perseidas, tumbado, observando el oscuro e inmenso firmamento, a la espera de que un pequeño, ínfimo destello cruce por décimas de segundos ante mi vista para pedirle el deseo. Un deseo que no se cumplirá, al igual que no se cumplió aquel de entonces.

Los dos tumbados, en el mismo lugar en el que hoy estoy yo solo. Rozándonos, inundándonos del aroma del otro, de su respiración. Yo al menos lo hacía. De vez en cuando una pequeña caricia, casi en secreto, a pesar de la oscuridad y el silencio que nos rodeaba. Y entonces, apareció.

—¿La has visto? —pregunté como si lo dudara a pesar de estar seguro.

—Era enorme —fue su respuesta.

Enorme, algo que solo suele tener unos milímetros, tal vez algún centímetro. Pero, sí, tenías razón, en comparación con las de otros días, y otros momentos, fue enorme, luminosa, cruzando un amplio espacio en mitad del firmamento, sobre nuestras cabezas.

—¿Has pedido un deseo? —fue mi siguiente pregunta.

—Para qué, no se va a cumplir —fue su lacónica respuesta, después de un pequeño silencio.

No, no vengo para pedir el deseo, lo pido sí, pero no es solo eso. Es que mientras espero, aquí tumbado, con la mirada perdida en el infinito, hay momentos en los que siento tu calor junto a mí. Siento tu aroma, e incluso tu respiración. A pesar de saber que estoy solo, siento todo eso, y eso me hace venir cada año a este lugar. Donde sé que, a pesar de ver ese pequeño destello, y pedir el mismo deseo no se cumplirá.

Hoy han sido tres veces, tres pequeñas bengalas, raudas y ligeras. Tres veces he dicho en el más profundo silencio, ¡VUELVE! Los deseos que se piden a las Perseidas, para que se cumplan, no se deben decir. Luego, he recogido mi silencio, y lentamente he vuelto a casa a esperar que llegue otra noche de Perseidas.


Posdata: en la librería, dentro de un libro que él sabe que tiene que volver a leer, pero todavía no se ha atrevido, hay una nota que ella escribió de madrugada una noche de Perseidas.

«Lo siento mi amor. No, esta noche no he pedido ningún deseo. Para qué pedir que no sufrieras mi ausencia, si no se iba a cumplir»

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