HORNACINA DE LA INMACULADA

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Lleva cinco minutos andando deprisa, demasiado deprisa para sus años y sus piernas, pero no quiere aflojar. No quiere y no puede, porque teme que si va más despacio se le olvide el camino, o la meta. Contesta sin mirar, teme que una cara, un recuerdo, unas palabras… le distraigan y esa  maldita enfermedad que le va royendo el pensamiento y la memoria, lo dejen a mitad de camino. Hace varios días que no sabe qué hacer, ni qué hará el resto de sus días. Pero esta mañana, mientras se vestía lo ha visto claro, y con la rapidez que su senectud le ha dejado, ha salido a la calle. Ahora que lo piensa, ni siquiera sabe si ha cerrado la puerta de la casa. ¡Qué más da! Ya la cerraré cuando vuelva. Opina para sus adentros. Y sacude su mano delante del rostro, como para desviar esos vanos pensamientos, que ahora mismo no desea tener.

Por fin ha llegado, frente a él, al otro lado de la calle, en la hornacina, está la imagen, la Inmaculada. Él nunca fue de santos o vírgenes, ni siquiera para blasfemar. Pero cuando iba con su mujer, este rincón siempre fue especial. La señal de la cruz y un Ave María, apenas audible, siseado por ella. Un Ave María de frases entrecortadas y palabras sueltas para él. Pues él, nunca fue capaz de aprenderlo completo, ni siquiera cuando de mocoso, se lo enseñaba su abuela.

Una Ave María que hoy tampoco rezará, pues no ha venido a rezar. Hoy ha venido a pedir. A intentar entender, por qué la vida es tan injusta que se la ha llevado a ella primero. Por qué ella que nunca había estado enferma. Y se ha quedado él que hay momentos que no sabe ni quién es ni dónde está, que la mayoría de los días solo recuerda pequeños retazos de su larga existencia. Y allí, delante de esa Virgen a la que ella tantas veces rezó, temblando, él que nunca ha sido ni de santos ni de vírgenes, le dice que no sabe vivir solo, ni quiere. Y con lágrimas en los ojos, baja de la acera, para decirle a su Virgen, la de ella, que no quiere vivir ni un día más. Y las lágrimas de los ojos, y quizás también el dolor en su corazón y su mente, no le han dejado ver ni oír el coche que irremediablemente lo ha arroyado, dejándolo tendido en el suelo. Sin vida.

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